Cuando yo empecé a escribir para la prensa, me encargaban los artículos por folios. Envíame cuatro folios sobre la bombona de butano, o tres folios sobre los braseros de carbón, decía el redactor jefe. Y uno se sentaba a la mesa y aporreaba la máquina de escribir hasta llegar el tercer folio, o hasta el cuarto, según la demanda. Te pagaban también por folios, claro. Cuando escribías tres y medio, redondeaban hacia arriba o hacia abajo en virtud de consideraciones que nadie, nunca, me explicó. Pero un día nos levantamos de la cama, sonó el teléfono, y nos pidieron un artículo de equis palabras. Dios mío, uno no tenía ni idea de cuantas palabras entraban en un folio, como no tenía ni idea de los percebes que entraban en un kilo. Durante una época de mi vida ni siquiera sabía que existían los percebes (ni las palabras). De modo que uno empezó a hacer ecuaciones o reglas de tres hasta que dio con la relación existente entre una cosa y otra.

Pasó el tiempo y un martes cualquiera sonó el teléfono y te pidieron el artículo en caracteres. ¿En caracteres?, preguntaste incrédulo. Sí, señor, en caracteres. ¿Pero cómo pretendes que cuente los caracteres, que es peor que contar lentejas?, insististe. Entonces al otro lado del teléfono te explicaron que había en el ordenador una herramienta que se encargaba de contarlos. El ordenador, al que te acababas de incorporar, era un trasto lleno de rincones desconocidos, de recovecos, de secretos. ¿A quién se le iba a ocurrir que tenía también esa capacidad obsesiva de contar las letras y los signos de puntuación? Pues la tenía porque así era su temperamento. Al principio de esta nueva etapa, uno contaba los caracteres sin tener en cuenta los espacios, pues considerábamos que el vacío carecía de valor. Pero, mira por dónde, un día te llamó el redactor jefe y te dijo que los espacios también se tenían en cuenta. Como en la música, pensamos, donde los silencios son lo realmente importante.

Con los percebes, ya citados, ocurrió un proceso semejante. Se empezaron a comprar por kilos, luego por cuartos y estamos a punto de comprarlos de uno en uno. Pero eso es porque los percebes se han puesto por las nubes. Las palabras, sin embargo, y pese a administrarlas en caracteres, valen cada día menos.