Ningún país - ni siquiera alguno de los tres o cuatro más importantes- podrá resolver por su cuenta la crisis económica global del sistema capitalista, pero hay que dar la impresión a los electores nacionales de que se trabaja en ello sin descanso. Fundamentalmente, para que la fiel infantería no pierda la moral de consumo, que es el equivalente moderno de la moral de combate, y el resumen práctico de todo el patriotismo posible. Una tropa desmoralizada, y que desconfía de la competencia de sus mandos para proporcionarle trabajo y algo de dinero en el bolsillo, puede ser presa de cualquier veleidad subversiva, o escuchar los cantos de sirena de la demagogia más desaforada. Aquí, en España, para evitar esa sensación de peligrosa inactividad, el presidente del Gobierno ha cambiado algunos ministros, sobre todo los que manejaban la mayor parte del presupuesto. Y especialmente significativos han sido los nombramientos de doña Elena Salgado para sustituir a don Pedro Solbes en Economía, de don José Blanco para sustituir a doña Magdalena Álvarez en Fomento, y de don Manuel Chaves para propiciar su propia sucesión en la presidencia de la Junta de Andalucía. Dicen, los que entienden de estas cosas, que el cambio ha servido para dotar de más “peso político” al gobierno, expresión equivoca, que no se sabe muy bien lo que significa, pero de la que hay que desconfiar por su redundancia. (¿ Como es posible que en una entidad eminentemente política y formada por políticos quepa hablar del mayor “peso político” de unos sobre los otros?). Ahora bien, si por “peso político” quieren expresar que el núcleo dirigente de un partido político decide dar un paso adelante y, en vez de nombrar ministros entre compañeros o afines, pasa a ocuparse directamente de la gobernación del país, lo entenderíamos mejor. Aunque no por eso quedaríamos menos preocupados. La sustitución del señor Solbes, por ejemplo, nos desasosiega bastante. Era un ministro tranquilo y pachorrudo, que parecía capaz de no perdonar la siesta ni siquiera bajo un bombardeo. Además, había hecho muchísimo por la reelección de Zapatero, durante aquel debate en televisión en el que derrotó al campeón financiero del PP, con un párpado caído por una molesta afección ocular. Que el señor Zapatero -como apuntan algunos- pretenda tomar directamente las riendas de la economía, con la ayuda vicaria de doña Elena Salgado, no es una noticia alentadora. Por alguna razón misteriosa, todos los presidentes del gobierno español creen, a partir de su segundo mandato, que ya están lo suficientemente instruidos en economía y política exterior, y se lanzan a ocuparse directamente de ello. Y curiosamente, ninguno obtuvo éxito completo en el empeño. Es obvio que, la experiencia de gobernar supone una enseñanza en asuntos sobre los que se tenían nociones muy generales, pero la complejidad de algunas materias requiere estudios previos para entenderlas bien. Pese a todo, los hay que no se arredran ante ninguna dificultad. Como don José Blanco, flamante ministro de Fomento, que ha declarado en un periódico que sus once años como secretario de organización del PSOE equivalen a un ‘master’ en gestión de empresas por alguna universidad de prestigio académico reconocido. El “peso político” tiene una gran dosis de audacia.