Desde la época de gobierno del general Franco (en la que eran imposibles las novedades en la estructura del poder, salvo fallecimiento o incapacidad del titular omnímodo del mismo), a la prensa española le ha quedado una exagerada afición a especular con los cambios de ministros. Detectar o insinuar leves matices ideológicos en un bloque monolítico fue uno de los entretenimientos favoritos de aquella etapa, y el interés por los nombramientos y cambios de carteras se incrementó a medida que se hacia evidente la decadencia física del dictador.

Ser nombrado ministro en la época de Franco era un acontecimiento casi místico, porque el ungido por la gracia de la elección dictatorial quedaba postrado, agradecido, y prácticamente transfigurado como los santos cuando son tocados por la luz cegadora de la gracia de Dios. Antes de su nombramiento, los señalados por el dedo del general permanecían en una discreta oscuridad y no eran ni conocidos por el gran público, salvo que fueran militares heroicos de la llamada cruzada contra el comunismo. Pero, a partir de ser convocados al palacio de El Pardo para hacerse la foto de familia con el dictador, pasaban a convertirse en personajes populares, con derecho a inaugurar eventos y a salir continuamente en el No-Do. Así, por ejemplo, supimos de la existencia y méritos de don Manuel Fraga, de don Federico Silva Muñoz , de don Licinio de la Fuente, y de tantos otros que, pasado el tiempo, no tuvieron la suerte de pasar de fascistas convictos a demócratas confesos.

Yo estoy en la idea de que, de esa etapa autoritaria nos ha quedado una sobrevaloración de la importancia de la figura del ministro que, en un contexto democrático, no deja de ser un técnico removible por el presidente del Gobierno en función de una serie de circunstancias de su exclusiva incumbencia. Es decir, un funcionario relevante, y poco más, que debería limitarse a tomar posesión en su despacho y ponerse a trabajar de inmediato, sin ninguna clase de parafernalia.

Desgraciadamente, no es así, y los elegidos han de pasar por el Palacio de la Zarzuela a jurar o prometer su cargo ante el Rey, vestidos y peinados como de primera comunión. Esa ceremonia, de brillo deslumbrante, es el momento de gloria de ellos, y de sus familias, antes de caer en las garras del acoso mediático que los trata habitualmente como a los muñecos del pin pan pum .

Del nuevo gobierno del señor Zapatero, poco hay que decir, excepto destacar el nombramiento del lucense don José Blanco como ministro de Fomento, lo que algunos explican como un deseo de compensar la reciente pérdida del gobierno de la Xunta de Galicia, mediante continuas visitas, inauguraciones y lanzamiento de proyectos ambiciosos para la región.

En cuanto a las criticas que mereció la sustitución de Pedro Solbes, un economista de larga trayectoria, por Elena Salgado, una ingeniera y economista de menor experiencia en la materia y con fama de poco dialogante, tampoco conviene exagerar, ni echarse las manos a la cabeza.

Por lo que vamos viendo en el desarrollo de la crisis financiera mundial, casi nadie sabe nada de economía. Ocurre en esto como en la previsión de los terremotos. No hay pronósticos fiables.