Tras casi dos años de estudio, los científicos han dado a conocer la composición y posible origen del meteorito que cayó en las cercanías de la localidad manchega de Puerto Lapice en la tarde del 10 de mayo de 2007. Esa jornada, cientos de personas vieron como una bola de fuego cruzaba velozmente el cielo y se estrellaba en una zona de olivares y viñedos, dispersando en fragmentos una roca de apenas un kilogramo de peso. (Era lo que restaba de una pequeña masa que venía desintegrándose desde su entrada en la atmósfera). Los análisis mineralógicos confirmaron que el meteorito procedía de un asteroide llamado Vesta, que órbita entre Marte y Júpiter, y se formó hace unos 2.600 millones de años. Lo más probable - especulan los científicos- es que la roca se hubiera desprendido del asteroide 20 millones de años atrás y, desde entonces, anduviese vagando como alma en pena por el espacio hasta caer en Puerto Lapice. Un pueblo, que aparece citado en el capitulo II de El Quijote y forma parte de la llamada ruta cervantina; es decir, de aquellos lugares por donde el autor del libro inmortal imaginó que viajaba su famoso personaje en busca de aventuras. En Puerto Lapice hay una venta, que pretende ser una reproducción exacta de aquellas antiguas por donde anduvieron mal comiendo y mal durmiendo Alonso Quijano y Sancho Panza, pero bastante más limpia y cómoda. La venta está pintada en los colores blanco y añil, característicos de esa franja meridional de la península ibérica, y es paso obligado de turistas, congresistas, transportistas, y demás rebaños trashumantes. Allí solían pernoctar también los viajeros que, desde el norte de España, se dirigían hacia Andalucía, por estas fechas de la Semana Santa, y no querían hacer el viaje de un tirón. Cuando el estado de las carreteras y la potencia de los automóviles no permitían largas cabalgadas, yo hice noche en esa venta alguna vez y recuerdo que era un lugar ameno, con buen queso, buen embutido, buen vino y buen pan a disposición de la clientela. Además, claro está, de los inevitables recuerdos cervantinos. Es posible que, de haber conocido Cervantes un episodio como el de la caída a tierra de este meteorito, lo hubiera reflejado en su libro. La fascinación de Cervantes por los viajes siderales es evidente y hay muestras bastantes de ella. Por ejemplo, en los capítulos XL y XLI (no confundir con las tallas), donde se relata la aventura de Clavileño, el caballo de madera dotado de virtudes mágicas, y a lomos del cual Don Quijote y Sancho, sin salir de una de las habitaciones del palacio ducal, viajaron por la bóveda celeste para librar a unas damas de un encantamiento, que les había hecho crecer la barba. El cielo manchego es limpio e invita a la contemplación astronómica. El padre de un amigo mío, el doctor Ernesto Gómez, que ejerce en Oviedo, se había construido en el jardín de su casa en Valdepeñas un telescopio para observar el paso del cometa Halley. Era una preciosidad y, a su pequeña escala, disponía de una cúpula giratoria parecida a la del gran telescopio instalado en la isla de La Palma en Canarias para investigar las galaxias lejanas. El padre de Ernesto, que también era médico, se conformaba con menos, pero no por ello dejaba de disfrutar.