Así que, hecha la primera digestión de lo que trascendió sobre el encuentro, y dicho que tampoco había que esperar mucho más, quizá no estorbe alguna reflexión tras la cumbre entre los señores Touriño y Feijóo. Que en la forma trataba sobre el traspaso de poderes, pero que en el fondo debería haber servido para anudar algunas gestiones que el primero hubiera iniciado y que el segundo habrá de terminar, pero que parece que ni para eso sirvió.

Y no se trata de desanimar sin fundamento o de cantar aquello del “menos mal que nos queda Portugal”. Lo primero, porque para justificar cualquier pesimismo basta con lo que hacen y dicen los señores Zapatero y el ya amortizado Solbes en abierta y flagrante contradicción con el Banco de España. Lo segundo, porque ante lo que declara el alcalde de Oporto sobre el AVE a Vigo, sus plazos y financiación, es evidente que el vecino país anda aún peor que éste.

Lo más importante del encuentro de presidentes, entrante y saliente, parece la falta de datos y, por tanto, la incertidumbre sobre lo que le espera a Galicia en la futura financiación autonómica. Algo que se temía, pero que no se creía tan verde; al fin y al cabo durante tres años y medio -y aunque menos que con don Manuel Fraga, eso también es cierto- se ha repetido el mensaje de que Santiago y Madrid eran gobiernos amigos y que por tanto cabía esperar un trato razonable. Comprobar que hasta ahora de eso nada es malo, pero peor aún sospechar que en adelante puede ser peor aún.

Con las cosas así resultaría del todo conveniente preguntar qué sucede con las promesas sobre atención a la diversidad gallega en materia de envejecimiento y de dispersión poblacional porque eso no va a mejorar en esta legislatura, sino más bien lo contrario, y algún remedio necesitará. Y como el modo de asegurarlo -una reforma del Estatuto como hicieron otros- se frustró hace tres años largos, alguna solución habrá que buscar: ayer hablaron de eso la presidenta y los portavoces parlamentarios.

En este punto cumple añadir otra cosa: la búsqueda debería acelerarse, porque si los ritmos habituales en el traspaso se cumplen como siempre, la nueva Xunta no llegará a la velocidad de crucero en la gestión de la res pública lo menos hasta septiembre, para entonces habrá de hablar de Presupuestos de 2010 y el año estará perdido. Un panorama inaceptable que agravará la crisis y que el país no se puede permitir. O que no debería permitirse.

¿Eh...?