A estas alturas, cuando ha quedado despejada la mitad de la incógnita política propia de los cambios -quiénes son los que van a cortar el bacalao en el poder legislativo- quizá no estuviere de más que, antes de la investidura, el candidato a presidir el Ejecutivo aportase alguna luz sobre los criterios que tendrá en cuenta a la hora de nombrar a sus colaboradores en el ejecutivo. Y no para discutir su derecho exclusivo a nombrar, sino para entender mejor lo que nombre y por qué, que tampoco parece fútil.

Entenderá, o al menos debiera hacerlo, su señoría don Alberto, tal pretensión porque hasta ahora la costumbre que se ha seguido tuvo más que ver con la lealtad política -o docilidad: parece lo mismo pero no lo es- que con algo que los ciudadanos reclaman mucho: la capacidad y la eficacia. Y dado que en estos tiempos lo primero es saber con quién se juega la gente sus vidas y haciendas, resulta obligación de los gobernantes decírselo, y además garantizarles hasta dónde se pueda que lo que importa son las virtudes y no lo otro.

En este punto es casi seguro que algún observador de los que se aprestan a servir de cortesano, haya hecho aspavientos y calificado cuanto antecede de obviedad o malevolencia. Y es un secreto a voces que a estas horas hay una legión de meritorios ante la puerta del señor Núñez intentando colocarse o colocar a alguno de los suyos en el cielo político y administrativo, y es importante que quien ha de decidir lo haga no por los manidos criterios del carnet del Partido o el Libro de Familia -la A o la B- sino por los valores de capacidad y de idoneidad. Por ejemplo.

Y que nadie se llame a engaño: es cierto que la facultad de nombrar a su equipo es de quien resulta electo por el Parlamento, pero no menos verdadero parece que los representantes que votan están allí para vigilar el contrato que don Alberto proclamó inviolable y que le ata con la sociedad para la mejor defensa de los valores comunes. Y eso exige que, desde la libertad, elija a los mejores, y no a los que mejor adulen o más votos -supuestamente- le puedan aportar en las elecciones siguientes; el señor Feijóo debería tenerlo presente, por la cuenta que le supone, la electoral y la política.

El nuevo presidente tiene su primer desafío en el modo en que ejercerá su derecho a nombrar; que es exclusivo, desde luego, pero no exento de lógica y de coherencia con las proclamas de la campaña. Y ese matiz habrá de medirlo muy bien por razones de credibilidad.

¿No?