De modo que, llegado el día y si no es mucho pedir, quizá fuera posible que tras el encuentro entre los señores Touriño y Feijóo, que hoy se reúnen por primera -y seguramente última- vez para hablar del traspaso de poderes, informasen después de forma conjunta acerca de en qué va a consistir lo que se traspasen y cómo se va a hacer. Y no por desconfianza, sino por transparencia, que resulta un concepto muy democrático y saludable.

Es cierto, desde luego, que don Emilio Pérez aportó datos concretos sobre los niveles de compromiso de los Presupuestos y que esos niveles, que condicionan la tarea de la futura Xunta, son menores que los de la herencia que recibió el bipartito. Pero eso, que podría significar la existencia de un juego más limpio -en sentido coloquial- hay que matizarlo recordando que aquel traspaso -el del gobierno del señor Fraga- fue en julio y éste lo es en abril.

Ya puestos, y para mayor claridad, no estorbaría que se le proporcionara al público en general un balance estricto del estado de la caja autonómica, de forma que se sepa cuanto contiene a día de hoy para que quienes esperan algo de ella mantengan su expectativa o la corrijan cuando aún es tiempo. Algo que no estorbará a muchos ciudadanos y bastantes empresas pendientes de percibir el importe de facturas que han pasado ya a la Administración pero de cuyo abono aún no tienen noticia.

A estas alturas, y aunque suene a excusatio no solicitada, que en los tiempos que corren no es una acusatio manifiesta sino más bien algo necesario para dejar las cosas claras procede puntualizar que lo que antecede no se plantea por desconfianza de algún tipo, sino para el bienestar general, aparte del sosiego particular de deudores e interesados directos. Es bueno que el presidente en funciones dijera ayer que el tránsito se está haciendo de forma exquisita, pero sería aún mejor que, cuando hay margen para corregir, quien ha de sustituirlo le expida un nihil/obstat en público.

La cita, además, podría servir para que ambos retoquen algunas afirmaciones anteriores que empañan un tanto la normal sucesión democrática que sigue a unas elecciones. Don Alberto insinuó que algunas de las cosas que veía en el proceso no le gustaban, y don Emilio replicó nada menos que poniendo en duda la lealtad institucional de su antagonista. Y como unas y otras son palabras mayores, resultaría útil matizarlas para evitar un futuro bastante complicado.

¿No...?