Auguraba días antes de Navidad el mago José Luis (R.) Zapatero que la economía española volvería a crear empleo “en volumen estimable” allá para marzo de 2009, gracias a la cornucopia de millones que el Gobierno acordó derramar sobre los municipios. Otra vez será. Llegaron los idus de marzo y el paro sigue galopando como de costumbre, sin guardar la menor consideración hacia los deseos del presidente.

La buena noticia es que los 123.000 nuevos desempleados de marzo son menos que los 150.000 del mes anterior o los casi 200.000 registrados en enero por el ministerio que se encarga de contar y poner en fila a los ex trabajadores. La mala consiste en que esa circunstancia pueda deberse a que cada vez van quedando menos empresas que cerrar y menos gente a la que despedir de su trabajo.

Tanto es así que, de seguir el brioso ritmo de producción mensual de parados que ha convertido a España en campeona de Europa, no es improbable que el Gobierno acabe en poco más de un par de años con la lacra del desempleo. Cuando ya no quede un solo trabajador en activo, el paro habrá pasado a ser historia y todos podremos dedicarnos a disfrutar del ocio que tan benéficamente nos proporciona la acertada gobernación de las autoridades.

Inasequible al desaliento, el animoso presidente y astrólogo Zapatero acaba de formular una nueva profecía en su habitual línea de optimismo. Antes de partir hacia la reunión del G-20, selecto club en el que España va a desempeñar el crucial papel de Gracita Morales, Zapatero dejó a su parroquia un vídeo grabado en el que vaticina que tal encuentro supondrá -esta vez sí- “el inicio de la recuperación económica” en todo el planeta.

Cuentan los corresponsales con peor baba que nada más oír los felices pronósticos del jefe del Gobierno español, los principales dirigentes del mundo corrieron despavoridos a tocar madera y encomendarse a sus santos favoritos. Se conoce que la fama de Zapatero trasciende fronteras de tal modo que incluso por esos mundos de Dios saben ya que el de la profecía no es precisamente uno de los muchos dones que adornan a nuestro primer ministro.

Razones hay para pensarlo. Zapatero no se enteró, por ejemplo, de que España estaba en crisis hasta que el desempleo comenzó a cabalgar impetuosamente hacia los cuatro millones de parados que -salvo milagro u omisión- alcanzaremos de aquí a tres meses como mucho. Aquello era no más que una leve desaceleración, un pequeño paso atrás para tomar impulso y en definitiva una fruslería que la sólida economía española superaría a lo sumo en un par de meses para envidia de Francia, Alemania y otros rivales de España en la Champions League.

Infelizmente, la realidad -tan tozuda y poco cortés- no quiso acomodarse a los buenos deseos del presidente español que hasta hace casi nada seguía tarareando el famoso y algo añejo estribillo de Supertramp: “¿Crisis? ¿Qué crisis?” Y eso cuando ya habíamos entrado en recesión.

Ahora ha vuelto a fallar en sus pronósticos para marzo, mes que termina con ciento y pico mil parados más siguiendo la pauta que en sólo un año ha dejado sin empleo a un millón de españoles hasta sumar la inquietante cifra de 3.600.000, maquillaje incluido. Cientos de miles de ellos carecen ya de cualquier tipo de subsidio, pero ni siquiera eso es capaz de frenar el optimismo aparentemente genético de Zapatero. Ahí le tienen augurando por octava o novena vez el fin de la crisis en su silla prestada del G-20 con la misma tenacidad que un vendedor de frigoríficos en el Polo Norte.

Tampoco hay que ponerse en lo peor. Puede que el presidente acierte esta vez y aunque no fuera así siempre nos quedará la consoladora certeza de saber que antes o después el Gobierno va a acabar con el paro. Sólo es cuestión de esperar a que pierda su empleo el último trabajador. Y a ciento y pico mil de media por mes, raro será que ese día tarde mucho.