Una diputada conservadora que gasta el sorprendente y acaso inapropiado apellido Rojo va a presidir el Parlamento gallego durante los próximos cuatro años, según la decisión aritmética adoptada ayer por los 75 nuevos representantes de la tribu de Breogán. Pilar Rojo sucederá, en efecto, a la socialista y ex comunista Dolores Villarino al frente de la cada vez más sexualmente igualitaria Cámara gallega.

Que un -o una- Rojo presida la asamblea de diputados en la Galicia que acaba de devolver el mando a la derecha parece ya de por sí un contrasentido. Pero el dato, meramente anecdótico, adquiere aún más curiosos matices después de que la nueva presidenta incurriese en el lapsus freudiano de adjetivar como “nacional” al himno gallego.

Conservadora por razón de partido, roja por su apellido y nacionalista por su involuntaria alusión al himno nacional, Pilar Rojo tal vez sea la mejor elección posible para arbitrar imparcialmente las querellas que puedan producirse entre las tres fuerzas políticas representadas en el Parlamento gallego.

Nada de particular tiene esto en un país tan dado a las paradojas como Galicia. Gozamos -o padecemos- los gallegos cierta fama de ser gente templada y acendradamente conservadora, lo que en buena lógica debiera habernos llevado a escoger gobernantes centristas de esos que nunca se sabe si son carne o pescado. Pero quiá. Lejos de eso, los votantes de este país que nunca deja de sorprendernos han elegido durante las dos últimas décadas a un ex ministro de Franco y a un antiguo militante comunista como presidentes de la Xunta. Fraga y Touriño son ejemplos de la extraordinaria habilidad que los ciudadanos de este reino demuestran para pasar del azul al rojo y cambiar otra vez de opinión si el producto no les gusta.

Tampoco se trata de que seamos extremistas y moderados a la vez. Sabios por viejos, los vecinos de este añejo reino parecen haber llegado a la conclusión de que las ideologías son algo así como los trajes que van cambiando para adaptarse a las volubles tendencias de la moda. No hay más que ver la evolución del Bloque desde sus orígenes maoístas hasta su actual profesión de fe socialdemócrata o las apenas perceptibles diferencias que separan a los programas del PP y del PSOE.

Como no podía ser de otra manera, los partidos han acabado por considerar las ideas tal que si fuesen una mera variante del prêt-a-pòrter que hay que adaptar al gusto de los votantes consumidores, con la ayuda de los publicistas y técnicos de marketing. Y los galaicos, famosamente intuitivos, han sido tal vez los primeros en percibir ese carácter anecdótico de las ideologías a la hora de votar.

Frente a esas cuestiones secundarias, lo esencial permanece. Atentos a lo que de verdad importa, los tres partidos electos en Galicia se repartieron ayer en amor y compañía los cinco puestos de la Mesa encargada de dirigir el Parlamento. Tres de ellos corresponderán al PP, uno al PSOE y otro al BNG: de tal modo que ninguno habrá de quedarse sin la tajada que en buena ley les corresponde.

Cierto es que las remuneraciones de unos y otros varían entre los 6.000 y los 7.000 y pico euros, pero ese es un detalle de menor cuantía que en modo alguno habrá de suscitar quejas por comparación entre los agraciados. Por fortuna, lo que los iguala democráticamente a todos es el común derecho a usar coche oficial con chófer: ya representen a la izquierda, a la derecha o al nacionalismo. Y eso que Santiago, la capital del Reino, es una ciudad mayormente peatonal.

Cambian los gobiernos, pero el coche de respeto permanece. Prueba de ello es que tanto la conservadora Pilar Rojo como los no menos rojos Ricardo Varela y Anxo Quintana seguirán acudiendo al Parlamento en el Audi que les toca por razón del cargo. Luego se pelearán en asuntos accesorios, pero en lo fundamental están todos de acuerdo. Y quién no, si pudiera.