Algunos medios presentan el viaje de Obama a Europa como si fuese la segunda venida del Mesías al mundo. Es decir, como la llegada de alguien con poderes sobrenaturales para resolver los problemas que agobian a la humanidad. Y no es para tanto, porque los problemas que agobian a la humanidad (crisis económica, modelo de desarrollo, hambre y pobreza, exceso de población, cambio climático, etc.) no se resuelven con una simple operación de relaciones públicas, sino con medidas verdaderamente democráticas. No obstante, hay que reconocer que se han producido al menos dos acontecimientos milagrosos. A saber: el presidente de los Estados Unidos de América ya no es el catastrófico George Bush, y por primera vez en la historia el inquilino de la Casa Blanca es un hombre de raza negra (no un aborigen todavía porque los descendientes de los primitivos pobladores, que casi fueron eliminados por prácticas genocidas, viven recluidos en reservas). Indudablemente, se trata de un paso adelante muy positivo, aunque no existe garantía de que las relaciones con el poder imperial vayan a cambiar sustancialmente. De hecho, poco antes de iniciar su viaje a Europa, un portavoz de la presidencia norteamericana advirtió que Obama aspira a “dirigir con el ejemplo”. O, como dice muy expresivamente un periódico español proclive a la causa, “aterriza en Europa para convertir su popularidad en liderazgo”. Y tan clara quiere dejar esa posición de preeminencia que antes de reunirse con los países que forman el G-20 y con sus aliados de la OTAN se entrevistará con el primer ministro de China, para hablar a solas de economía, y con el presidente de Rusia, para tratar sobre política de defensa y equilibrio militar. Después, se hará una foto en Viena con nuestro presidente, señor Zapatero, y se desplazará a Turquía (el fiel aliado militar islámico) para responder a preguntas de jóvenes europeos y asiáticos, que asisten al segundo foro de la Alianza de Civilizaciones. Un programa apretado que dará lugar a numerosas especulaciones sobre hacia donde camina el mundo. Pero, ¿ hay esperanzas de que, con Obama en la presidencia, cambien sustancialmente los objetivos de la potencia imperial?. Habrá que verlo. Lo único que sabemos es que Obama ha recogido, dentro y fuera de su país, un enorme caudal de expectativas de cambio. Ahora bien, que pueda atenderlas es otra cosa. Él mismo fue un candidato electoral financiado por poderosos intereses económicos privados y se supone que no puede defraudar a sus patrocinadores. Lo que sí parece claro es que no fue puesto en esa silla para que abandere una revolución mundial. Todo lo más que puede esperarse de él es que intente salvar el sistema capitalista del colapso, acometiendo algunas reformas. En cuanto a los demás asuntos pendientes hay que ser más escéptico: parece dudoso, por ejemplo, que vaya a terminar pronto el bloqueo a Cuba; que se acepte la creación de un estado palestino de acuerdo con las resoluciones de Naciones Unidas; que el presupuesto militar norteamericano deje de representar el 75% del déficit comercial; que se establezca allí un sistema público de salud, de cobertura universal, como en España, etc, etc. Ese sí que sería un cambio.