Según dice la prensa, don Mariano Rajoy, que se define a sí mismo como un “señor de provincias”, no se encuentra cómodo en el ambiente político y mediático de la capital de España, donde se suceden las polémicas artificiales con la misma facilidad que las tormentas en los vasos de agua que sirven en los cafés. Al parecer, personas próximas le han oído decir, más de una vez , que “habría que conceder el derecho de autodeterminación a Madrid”. Parece una incongruencia que el jefe de la oposición diga eso, cuando él vive desde hace años en Madrid y aspira a seguir haciéndolo por mucho tiempo si alguna vez accede a la presidencia del Gobierno y se instala en el Palacio de la Moncloa. Además, nunca podrá alegar que no ha aceptado ese destino libremente y con pleno conocimiento de sus consecuencias. En su día, cuando era vicepresidente de la Xunta, el señor Fraga (que aún no tenía intención de abandonar el cargo en beneficio suyo, y dejaba crecer interesadamente la absurda idea del posible “delfinato” del difunto Cuiña) le dio un consejo muy provechoso: “Váyase usted a Madrid, cásese, y aprenda gallego”. Las dos primeras instrucciones las cumplió diligentemente y de la tercera no tenemos noticia salvo que lo hable pudorosamente en la intimidad de su hogar, de la misma forma en que Aznar lo hacía con la lengua de Verdaguer. En cualquier caso, de ser cierta la frase, se trata de una apreciación muy inteligente. Con el paso de los años, con la estructura semi-federal, semi- foral y semi - lo- que - sea del Estado de las autonomías, con la abrumadora concentración de políticos, periodistas y cotillas que hay allí, y con el crecimiento demográfico e industrial desaforado, Madrid se ha convertido en un lugar poco atractivo para quien guste de vivir al ritmo tranquilo de la provincia. Y en alguna medida ha dejado de ser la capital administrativa y sentimental de España para convertirse en una megalópolis con más de seis millones de habitantes, que amenaza con convertir en ciudades-dormitorio a hermosas ciudades colindantes como Segovia, Ávila, Ciudad Real, Aranjuez, y hasta Cuenca y Valladolid, a poco que las líneas del AVE lo faciliten. Guadalajara, de hecho, ya es un barrio de Madrid. En los treinta primeros años del siglo XX, hasta la República y la Guerra Civil, Madrid era una ciudad que no rebasaba el millón de habitantes, clima de sierra, aire limpio, y buena agua. Y además de eso, teatro, tertulia, cabaret , vida cortesana, y la espléndida pinacoteca del Prado. En fin,un lugar ideal para que los legisladores estudiasen con tranquilidad los asuntos de interés general respirando a pleno pulmón. Un Parlamento instalado en un lugar propio de un sanatorio antituberculoso debería de ser una garantía de buena salud política. Desgraciadamente, esa posibilidad se ha esfumado. Madrid es hoy en día un lugar frenético, habitado por gente dinámica que va a lo suyo, y donde se fabrica mucho histerismo y mucha mala leche. Yo entiendo perfectamente al señor Rajoy y aplaudo esa idea suya de concederle la autodeterminación a Madrid. Aunque no le veo perspectivas de viabilidad. Al final, don Mariano caerá atrapado por esa maquina de picar carne y hasta se le estropearan sus ocasionales escapadas hacia las delicias de Pontevedra. Una pena.