Al decir de no pocos observadores, el aspecto más llamativo de las reacciones del PSOE en asuntos relacionados con el voto exterior es su evidente desagrado cada vez que se abordan. Y no sólo cuando los plantean adversarios, sino también en el caso de que lo hagan sus propios aliados siempre que no conecten con la tesis oficial: aún resuenan aquí los ecos de una bronca -negada, claro- entre los socios de la Xunta con ocasión del "caso Muxía".

(Hay más ejemplos de desacuerdos : hace pocos días el señor presidente Touriño replicó con cierta acritud a lo que antes había declarado don Anxo Quintana acerca del recelo que le producían ciertas actitudes socialistas -y del PP- en relación con el control de la participación electoral de los inscritos en el CERA. Y pese a ese desagrado, el vicepresidente no se retractó de lo dicho, al menos que se sepa.)

En lo que se refiere a la oposición, el malestar presidencial es todavía mayor, como parece natural. Ayer mismo se evidenció, cuando le preguntaron a don Emilio sobre la decisión de la Junta Electoral que recogiendo las tesis del líder del PP, reclama una fotocopia del pasaporte acompañando los sobres en los que se guardan los votos de los emigrantes. El jefe del Ejecutivo, en vez de alegrarse por la mejoría -que no solución- en la calidad del sistema, aludió a los años en los que su rival estuvo en el poder sin arreglar el problema.

Y fue una mala respuesta. Primero porque el reproche es extensible a gobiernos del PP y del PSOE -como dice el Bloque- y, segundo, porque la influencia del voto exterior en los años del señor Fraga no es comparable a la de ahora: el censo se ha multiplicado por tres y resulta, por tanto, lógico y natural que cualquier organización política -cualquiera, sí- quiera para los más de trescientos mil de ultramar las mismas garantías que para los dos millones largos del interior.

Algunos analistas, situados en la banda de estribor, han sugerido ya que el mal humor de las reacciones del PSOE nace de una mala conciencia, lo que es la peor aplicación de la llamada "ratio diabolica", la prueba que consiste en demostrar que no existe lo que no existe. Pero, aparte la mala intención, la réplica sería más fácil si en vez de remitirse al pasado, como casi siempre, tendiese a mejorar el sistema de depósito de voto y a controlarlo mejor.

Para eso, nada mejor como solución que la urna. Porque, bien mirado, quien manipula un voto puede falsificar sin escrúpulos una fotocopia.

¿O no...?