Proporcionalmente a su capacidad operativa para hacer daño (siempre inferior a la del ejército regular del país más pequeño) las organizaciones terroristas desarrollan otras actividades comerciales, fiscales, punitivas y de propaganda, que no se diferencian demasiado, en cuanto al método, de las que realiza cualquier honorable entidad estatal o cualquier sociedad capitalista. Montan empresas tapadera; recaudan impuestos enviando cartas al domicilio de los contribuyentes, con el cálculo de la cantidad a pagar según su patrimonio y disponibilidades; llaman "generales" a los pistoleros más destacados; nombran tribunales para juzgar la conducta de quienes merecen castigo; y hasta disponen de cárceles (las llamadas cárceles del pueblo) para encerrar a los condenados, si es que deciden mantenerlos vivos antes de ejecutarlos, o devolverlos a sus familias a cambio de un rescate. Por supuesto, también hacen apología de sus utópicos objetivos políticos, siempre dirigidos al bien común de los futuros administrados y súbditos (en la forma en que ellos lo entienden, claro). Así pues, no es de extrañar que estén a la última en lo tocante a técnicas de gestión, informática, armamento y medios de comunicación. Siempre que nos dan noticia en la televisión sobre la captura de un comando terrorista podemos ver a miembros de la policía llevándose de la guarida recién descubierta cajas llenas con carpetas, papeles, documentación, teléfonos móviles, y ordenadores personales. ¿Qué diferencia podríamos establecer, a simple vista, entre la intervención judicial de un comando terrorista y la de una empresa sospechosa de prácticas económicas irregulares? Prácticamente ninguna. El otro día, por ejemplo, pude leer una curiosa información bajo este intrigante título: "As Sahab, la productora de Al Quaeda, mejora su técnica de propaganda". Y a renglón seguido se informaba con todo detalle sobre la utilización de los métodos más modernos de grabación de imágenes, al objeto de que los mensajes que lanzan periódicamente los máximos dirigentes de la organización terrorista no permitan identificar el lugar donde están realizados. Al parecer, los servicios secretos de los países que buscan capturarlos disponen de medios muy sofisticados para saber donde se ha grabado un vídeo analizando minuciosamente el paisaje, la luz, la vegetación, las nubes, la presencia o no de moscas, y otros detalles. En un primer momento, en el inicio de su actividad subversiva, Bin Laden, Al Zahuahiri y otros truculentos personajes de barba y turbante, lanzaban sus consignas grabando videos en la cueva donde habitan o en sus alrededores. Después, avisaban a los reporteros de alguna cadena de televisión ávida de sensacionalismo, que pasaban a recogerlos al lugar convenido. Pese a lo chapucero del método no fue posible localizarlos y capturarlos. Ahora, han cambiado precavidamente de táctica y realizan sus películas con el sistema llamado croma (paisajes pre-filmados y sobreañadidos) y subtítulos en inglés. Más o menos como si estuvieran en un estudio de Hollywood. Cualquier día nos dicen que grababan allí sus programas, para mayor comodidad, y no nos vamos ni a sorprender.