En mi relación con los locales nocturnos he seguido siempre el mismo criterio con el que he tenido por costumbre afrontar mi trabajo, dándole prioridad a las emociones más íntimas y prescindiendo de las superficiales bulerías del éxito. Mi acercamiento a "O Galo d´Ouro" lo decidí en su momento pensando en procurarme un ambiente discreto en un local con buena música y un barman con el que poder establecer una amistad sólida y sin cumplidos, como la que uno mantiene con su barbero. Al cabo de unos pocos años me distancié de "O Galo" porque su creciente éxito me había privado de la discreción y del silencio que tanto he buscado siempre. En los locales de copas llega un momento en el que el éxito de público solo puede conducir al exterminio de los encantos que habían atraído a la clientela, igual que en Moscú los turistas de la era soviética caían en la estupidez de hacer cola para ver las colas. En mi caso, tanta gente solo podía servir para que recogiese los bártulos y emigrase a otro lugar pensando en dar con algún sitio en el que se reprodujesen los encantos que en mi opinión había dilapidado "O Galo". Demasiada gente suele significar demasiado ruido y en mis criterios selectivos el ruido ya era en aquella época incluso menos soportable, y tal vez también menos inteligente, que algunas clases de violencia. Pensé entonces que el éxito del local suponía mi fracaso y que el sonido de la caja registradora eclipsando por completo a música de la juke box era la expresiva metáfora que me indicaba sin duda el camino del exilio. Además, tanta gente no había servido para mucho más que para elevar la temperatura del aire, con lo cual concurría otra de las circunstancias que más perjudican mi precario equilibro emocional: el sudor. Pocas veces he hecho en la vida las cosas que mejor le viniesen a mi trabajo o a mi bolsillo, pero he sido más drástico respecto de aquellas que me produjesen sudoración y hasta podría decirse que en mi vida ha sido menos decisiva la ambición, que el termómetro. Que una mujer me cause hastío lo soporto mejor que si me produce calor. Además, la nueva clientela del local creó en el barman el compromiso de modificar la selección de discos, con lo cual irrumpieron ritmos y voces que yo solo habría considerado razonables si se reconociese que sus partituras fueron escritas para ser interpretadas, como represalia, con un taladro. En definitiva, el calor... tanto calor... aquel maldito calor tan asfixiante.... Mi decisión no podría ser otra que elegir entre marcharme a otra parte o permanecer allí en contra de mis principios, resignado a tomar las copas vestido con pamela y traje de baño en medio de un jolgorio tropical casi adolescente en el que algunos de los nuevos clientes tenían espinillas hasta en la lengua. "¡Lástima de éxito!", pensé mientras recordaba aquel episodio de "Lou Grant" en el que Edward Asner se quejaba amargamente de que sus elogios en el "Tribune" le hubiesen deparado a su garito de madrugada un éxito de público que a él sólo le sirvió para considerar malogrados para siempre los motivos que le habían llevado allí cuando aquel sitio solo era un bar en el que incluso tragar saliva sonaba armonioso y elegante como una frase de Sir John Guielgud. Naturalmente, cambiar de sitio suponía prescindir de los amigos con los que había compartido tantas memorables madrugadas de músicas e ideas, y echarse a la calle con la esperanza de dar en cualquier parte de la ciudad con algún bar en cuya puerta solo hiciese cola el fracaso. Lo cierto es que la noche que salí de allí para no volver, camino de cualquier parte pensé que hay ocasiones en las que el éxito solo es el punto más alto de un fracaso. jose.luis.alvite@telefonica.net