Cuando un problema se complica es frecuente oír decir a los afectados que, para atajarlo, es preciso ir a la raíz. Pero aunque nadie duda de que la crisis económica actual se ha convertido en un problema endiabladamente complicado, la receta de ir a la raíz no parece en este caso tan sencilla de administrar. Porque ¿cuál es la raíz de la crisis?

En la mayoría de los análisis la raíz de nuestros actuales problemas se sitúa en la burbuja inmobiliaria y en las malas prácticas de los responsables de esas instituciones financieras que pusieron en circulación - y vendieron a terceros - un montón de préstamos sin garantías.

Yendo un poco más allá los hay que culpabilizan a la política de bajos tipos de interés practicada por la Reserva Federal americana - el Banco Central de los EE.UU. - durante los años de Alan Greenspan, porque sin esa política, la alegría crediticia que impulsó hacia arriba los precios de la vivienda y permitió toda clase de préstamos alocados no hubiera sido posible.

Sin embargo tampoco aquí se para la cadena causal. Buenos conocedores de los mecanismos financieros de nuestra economía razonan que los bajos tipos de interés no eran a su vez más que una consecuencia de la auténtica avalancha de fondos prestables (el exceso de liquidez de que hablaba hace poco el banquero español Emilio Botín) que ha caracterizado a los años de euforia económica.

En esa dirección venía apuntando desde hace años Martin Wolf, un conocido comentarista del influyente diario económico Financial Times. En un artículo de junio de 2005 (accesible a través de Internet) explicaba que detrás de los bajos tipos de interés estaba el exceso de ahorro que existía a escala mundial. Y que como resultado de ese exceso los inversores se estaban lanzando a comprar toda clase de activos de alto riesgo: acciones y bonos de países en vías de desarrollo, propiedades inmobiliarias y títulos de deuda respaldados por esas propiedades, obras de arte, participaciones en fondos de inversión privados (como los que manejaba el ahora mundialmente famoso Madoff), etc.

En una entrevista publicada el último octubre en la revista Business Week, Peter Fisher, antiguo Subsecretario del Tesoro de los EE.UU., que pasó luego a dirigir la compañía de inversiones BlackRock, detallaba cuál era el mecanismo económico desencadenado por los bajos tipos de interés. "En los años centrales de esta década - decía - tuvimos tipos de interés a corto plazo negativos en términos reales (es decir, descontada la inflación). Y eso significa que el dinero es gratis; lo que supone una grave distorsión en el sistema. El capitalismo se basa en la premisa de que el capital es un bien escaso cuyo uso se raciona mediante el precio. Por lo tanto, el problema no es que un puñado de chicos espabilados de Wall Street se dedicaran a especular con el dinero gratis. Hubo gente en los sectores financiero e inmobiliario que se dedicaron a buscar los medios para endeudarse cuanto más mejor. Y ese es el mecanismo que nos metió en este lío".

Sin duda este tipo de análisis aporta algo más que esas diatribas que tanto se están oyendo estos días contra la codicia de los banqueros, pero no bastan para acabar con nuestras pesquisas. Nosotros, como los buenos detectives en las novelas policíacas, queremos ir más allá: ¿de dónde procedía ese exceso de liquidez o de ahorro que inundó los mercados de capital generando toda clase de incentivos perversos?

Por definición, el ahorro es la parte de la renta no gastada y durante los pasados años hay fundamentalmente cuatro protagonistas que acumularon más riquezas de las que podían gastar:

1. los fondos soberanos de los países productores de petróleo, beneficiados por el brusco aumento de los precios de éste que siguió a la invasión de Iraq y las amenazas contra Irán.

2. Esa especie de gran patrón que es el Estado chino que tuvo a su disposición las enormes reservas de divisas proporcionadas por el constante y abultado superávit de la balanza comercial de su país.

3. Los fondos de pensiones de los países desarrollados.

4. Las grandes fortunas de todo el mundo crecidas al amparo de la explosión de las desigualdades que caracteriza los años del boom.

A la espera de ulteriores investigaciones, esta explosión de las desigualdades tiene todas las papeletas para convertirse en el último de los malos de la novela, de los culpables de nuestros males. Porque si bien se mira, el manantial que alimenta esos cuatro depósitos del ahorro mundial que hemos identificado más arriba, es justamente el aumento de la desigualdad en la retribución de los factores productivos. O, dicho de otro modo, los bajos salarios de los trabajadores chinos, de los indios y paquistaníes de los campos petrolíferos de Arabia Saudí o la proliferación de empleos de baja calidad y mal pagados en el mundo desarrollado son una parte importante de nuestros problemas actuales.

Que el problema no es invención nuestra lo ratifica el informe publicado en octubre pasado por la OCDE bajo el título "¿Crecimiento desigual?"(Growing Unequal? en la versión inglesa), según el cual el crecimiento económico de las últimas décadas ha beneficiado más a los más ricos, exasperando las divisiones en el interior de los países.

Al presentar el informe el Secretario General, el mexicano Ángel Gurría, advertía de los peligros que plantea el aumento de la desigualdad y la necesidad de que los gobiernos hagan algo por abordarla.

Esperemos que con su llamada de atención analistas y políticos se avengan a incluir el aumento de la desigualdad entre las raíces de la crisis actual y saquen las consecuencias.