Suena el móvil, lo cojo. Me llaman de Telefónica ofreciéndome algo que me gusta (un MODEM para el portátil) y digo que sí, que lo compro. La señorita me pide entonces todos los datos personales que ya tienen, pues soy cliente suyo, y yo se los doy dócilmente porque me he tomado un valium con el desayuno y estoy ligeramente budista. Al cabo, me anuncia que va a iniciar el proceso de compra y yo le doy las gracias con una sonrisa oriental que ella, lógicamente, no capta. En cualquier caso, creo que percibe mi empatía como yo percibo la suya. Nos acabamos de conocer, pero hay entre los dos una corriente de aceptación, de cordialidad, de franqueza. Tras varios "no se retire, por favor", me anuncia que no se puede llevar a cabo la compra porque el programa le da "error". Llevamos veinte minutos al aparato y me han llamado dos veces del periódico para ver si envío el artículo.

Preocupado por si estoy en una de esas listas negras que fabrican los bancos y los grandes almacenes, le pregunto por las causas del error y dice que ella no lo sabe, pero me remite a un número de teléfono donde me explicarán lo sucedido. Como no he perdido la paciencia budista, llamo al número que acaba de darme, donde me atiende otra señorita con la que también empatizo de inmediato. Lo doy todo por bien empleado sin logro comprar el cacharro que me han ofrecido y que ahora, sin embargo, se resisten a venderme. La nueva señorita investiga en sus archivos y dice que no encuentra las causas del error, lo que me llena de orgullo. Soy un cliente como Dios manda. Restituido mi honor, se ofrece a realizar ella misma las diligencias de la compra. Tras volver a darle todos los datos que ya tiene, me comunica que comienza el trámite y que no me retire, por favor, aunque ella desaparezca. En realidad, vuelve cada veinte segundos para decirme que no me retire. Cuando llevamos 35 minutos en ese plan, le pregunto si el trámite durará cinco minutos o cinco horas más y me dice que no tiene ni idea. A los cuarenta minutos cuelgo y compruebo que además de no haberme vendido lo que me ofrecía, Telefónica me ha arrebatado la paz budista con la que comencé la mañana. ¿Me devolverán el valium?