El modelo más tradicional de familia defendido por la Iglesia y coreado por los manifestantes de Madrid merece el mayor de los respetos, y hacen muy bien sus partidarios en esa defensa. El problema surge de la voluntad de imponerlo como único modelo con legitimidad, negándosela a otros. Millones de católicos, o simplemente personas que practican el modelo tradicional, respetan a la vez las otras formas de familia. Ese respeto, ¿no será una manifestación genuina de la virtud teologal -y humana- de la caridad? Y, ¿no habrá en la glorificación absoluta del modelo más tradicional de familia, y el paralelo desprecio de los otros, una veta del pecado capital de soberbia o, al menos, una mengua de su virtud correlativa, la humildad? Como este año la manifestación de Madrid ha sido respetuosa hay que abrigar la esperanza de que la Iglesia española retome esas virtudes, que parecía olvidar.