Obama afronta retos infinitos pero, antes incluso de adoptar una sola decisión ejecutiva, ya ha sido proclamado el inevitable hombre del año. Se le recompensa por algo que no ha logrado, el galardón corresponde a una apuesta. Cualquier otra opción parecía descabellada, incluso la selección ganadora de la Eurocopa. El presidente electo debe buena parte de la fe ciega que inspira al desastre de Bush, y al ansia colectiva de un redentor planetario. Sin embargo, los síntomas de una parálisis preinaugural obligan a plantear que el nuevo imperator necesita quizás de un zapatazo de bienvenida, para despertar. Se halla sumido en una desalentadora melancolía, desde que salió a la luz la compraventa de su escaño por el gobernador Blagojevich. En la enésima comparación con Kennedy, vuelve a demostrarse que el trampolín del Chicago caciquil merma la libertad de maniobra presidencial.

Si el lanzamiento de calzado a los presidente norteamericanos se ajusta a la graduación de castigos vigente en un Código Penal, a Obama bastaría con arrojarle unas chanclas, para que recupere el diapasón que lo ha exaltado. El verdadero triunfo del presidente a estrenar consistirá en ser el hombre del año de aquí a doce meses, dado que la salida de 2008 se verá compensada con la previsible llegada de 2009. A la exigente audiencia planetaria le aburre repetirse, lo cual obliga a rebuscar en las efemérides a un personaje que sintetice el vigente estado de ánimo. Francis Bacon reúne esos requisitos en grado sumo, su obra pictórica marca el itinerario óptimo -pésimo, si nos atenemos al enfoque del artista- para épocas que invitan a la desolación. Además, mostró la precaución de nacer en Dublín en 1909, con lo cual se garantizaba la conmemoración de su centenario en tiempos que abonan su "hilarante desesperación".

Para certificar el tránsito de Obama a Bacon, ambos serán inaugurados a principios de 2009. El primero en Washington en enero, el segundo en El Prado en febrero, adonde será trasladada la exposición que ahora le dedica la segunda marca de la Tate londinense -los británicos siempre se resistieron a la consagración de su compatriota-. El neonato presidente norteamericano ha recibido la encomienda global de restituir la alegría de la existencia y los valores no bursátiles, demasiada tarea para un hombre solo. El artista retrata la ausencia de una brújula moral. Estas perspectivas contradictorias serán celebradas simultáneamente.

A la hora de encontrarles un punto de convergencia a Obama y Bacon, sirve de ejemplo Roman Abramovich. El magnate ruso ha comprado obras del segundo a precios inverosímiles -el arte tiene dueño-, y su secta de oligarcas modulará las promesas del primero a través del grifo energético. Los hombres del año cimentan su reputación en oscuros financiadores, a quienes la ligereza popular a menudo apellida de mafiosos. El mérito de los designados consiste en sobreponerse al pecado original, para reconstruir el imaginario colectivo desde el estrado o el museo. Entre la iconografía baconiana destacan las figuras yacentes sobre una cama desarreglada, con una jeringuilla incrustada en el brazo. El nuevo presidente ha de modificar esa imagen, para invertir la estadística que subraya que uno de cada seis estadounidenses negros será encarcelado en algún momento de su vida.

Bacon es un pintor sin pronunciamientos, que ha llevado a literatos como John Berger a acusarlo de alienante. Sus rostros desfigurados ahondan la desconfianza que se ha enseñoreado de los mercados. Una obra del pintor ha sido la primera visión de un manojo de privilegiados en sus despachos, mientras a su alrededor se desplomaba la cotización de sus conglomerados. El pintor inglés admite una lectura pedagógica, donde se aprende que las cosas podrían ser peores. Por eso repugnaba a Margaret Thatcher, que le llamó "enfermo". Sus críticos más feroces le acusan de repetirse hasta el infinito. La reiteración debería ser enmarcada en la fidelidad recreativa, en un planeta donde hormiguean siete mil millones de seres humanos indistinguibles. Obama ha de defender la dignidad de cada uno de ellos, apuntalando una economía sin vencedores ni vencidos. Le hubiera sido más fácil dedicarse a la pintura. Por lo menos, ya ha sido hombre del año. Bush necesitó un 11-S para lograrlo.