Lo que viene sucediendo en Atenas, vandalismo y guerrilla urbana incluidos, es muy preocupante. Junto a lo que en un inicio parece haber sido una suma de manifestaciones de jóvenes airados, se ha desatado un clima de violencia, hasta el momento, imparable. Algunos de estos jóvenes protestaban por el grave desempleo que padecen, otros por el plan del Gobierno de crear universidades privadas.

Que los jóvenes protesten y den muestras de su disconformidad es algo que, en general, manifiesta una salud cívica de esa parte de la ciudadanía que se prepara para el natural relevo generacional. La crisis política y moral que sufre el actual gobierno de Karamanlis ayuda a comprender el estado de ánimo de una juventud que no encuentra respuesta a sus requerimientos por la vía política normal.

La historia contemporánea está llena de circunstancias en las que la juventud se ha echado a la calle para reivindicar sus derechos o para enfrentarse a una dictadura. La propia Grecia fue testigo entre los años 1973 y 1974 de la severa represión que sufrieron los jóvenes por parte de la dictadura de los militares.

Sin embargo, el escenario al que nos estamos refiriendo supera drásticamente los límites de una legítima manifestación de protesta. Las calles de Atenas, convertidas en campos de batalla, recuerdan ahora los violentos disturbios de París, todavía frescos en la memoria.

El asalto vandálico a comercios e instituciones públicas, el odio feroz desatado contra la fuerza pública van más allá de la reclamación de justicia por la muerte, todavía no esclarecida del todo, de un compañero. El robo, la rapiña y el destrozo indiscriminado despiertan la sospecha de que la revuelta puede estar manipulada y que los fines perseguidos desbordan las intenciones iniciales de los manifestantes. Téngase en cuenta que el deterioro causado supera los mil millones de euros.

El reflejo en Madrid y en otras capitales europeas de los disturbios atenienses y la inquietante sincronía con que se han producido nos fuerzan a prestar una cuidadosa atención a estos hechos.

Avocada a una crisis internacional de insospechables consecuencias, Europa puede ser una presa apetecible para el ejercicio de la violencia y el vandalismo de ciertos movimientos antisistema.

La disposición natural de la juventud para reclamar soluciones inmediatas a sus problemas y las frustraciones latentes que la crisis comporta son condiciones óptimas para la manipulación por parte de sectores minoritarios enfrentados en la desestabilización.

Es responsabilidad de la sociedad y, en particular, del Gobierno, permanecer atentos a los conflictos naturales de nuestros jóvenes y prevenir así conflictos mayores en el futuro.