De modo que, aprobados los Presupuestos de la Xunta para 2009, y por tanto eliminado el último obstáculo para que el señor presidente de la Xunta confirme el uno de marzo como fecha electoral, quizá no estén de más un par de reflexiones sobre la utilidad real de las cuentas y el modo en que se han despachado. Porque, sin la menor intención de incordiar, la impresión que queda tras el último Pleno es que se han podido hacer las cosas bastante mejor de lo que se han hecho.

En cuanto a lo útiles que resulten los Presupuestos, el tiempo dictará sentencia, pero no pocos observadores, bastantes analistas y unos cuantos expertos tienen serias dudas. Primero porque la previsión que acerca del crecimiento de la economía gallega resulta demasiado optimista y, segundo, porque a partir de ahí podrían fallar los cálculos de ingresos, de gastos y de déficit, y si esa trilogía hace aguas, lo más probable es que el conjunto acabe con graves dificultades para respirar, cuando no ahogado.

El señor conselleiro de Ecoonomía, que como se dijo muchas veces es hombre serio, ha explicado ya las precisiones que tiene para afrontar sobre la marcha las desviaciones y afrontar los riesgos que conllevan, pero aún así quedan dudas. Y nadie necesita insistirle a su señoría sobre el hecho de que en tiempos de crisis son, las incógnitas, el principal enemigo de la confianza y por tanti el escollo primero de la recuperación o al menos del fin de la angustia.

La otra cuestión, el modo en que se han aprobado las cuentas, tampoco merece un placet rotundo. Sin discutir el derecho de un gobierno a aprobar su popia estrategia económica, resulta evidente que la aplicación sin paliativos del rodillo es un mal método. Y lo es no sólo porque recuerda lo que hacía el PP y condenaban PSOE y BNG en la oposición, sino porque casi todo el mundo acepta que 2009 será malo y que por tanto habrá que pedir más remeros si se quiere llevar el bote a tierra firme. Y rechazando todas y cada una de los cientos de enmiendas que presentó el PP -el partido más votado de Galicia en los últimos veinte años- no se logra precisamente un estado de ánimo propicio para su colaboración.

Dicho eso conviene añadir algo: es imposible que en ochocientas ideas no exista ninguna aprovechable -o sea, lo mismo que antes ocurría cuando el que tenía la sartén por el mango era el PP- y actuar como si no existiesen es torpe. Y, además, injusto y por tanto también inaceptable.

¿O no...?