Zapatero no sólo invertirá la cotización a la baja de los miembros de su gabinete por el procedimiento clásico de destituirlos. También combatirá el desdibujamiento mediante la diversificación. Su improvisado anuncio de un ministerio del Deporte implica una frívola alegría presupuestaria en tiempos de crisis. Contradice así a los gurús económicos supervivientes, que aconsejan la especialización en lo que cada empresa -o Gobierno, en su defecto- sabe hacer. La proclamación también demuestra que el presidente tiene la funesta manía de pensar en voz alta, para mantener en vilo permanentemente a su círculo íntimo.

El líder socialista no pretende propiamente un ministerio del Deporte, sino un departamento de Buenas Noticias. Otro Oscar para Penélope Cruz o Bardem le impulsaría a abanderar con idéntico entusiasmo un ministerio de Cine. En todos los casos reseñados, los españoles han mostrado últimamente una mayor aplicación en el músculo que en el cerebro. Zapatero aspira a encauzar esta excelencia. Sin embargo, la gravedad de la crisis económica en curso se mide por el nulo efecto de las gestas deportivas para contrarrestarla. Por sí sola, una Eurocopa hubiera garantizado en épocas menos asfixiantes una reelección. En cambio, el triunfo más descollante en la religión mayoritaria de España se diluyó antes del otoño.

Desde la obligación de tomar en serio una boutade con sello presidencial, los triunfos deportivos oponen el mejor argumento contra la creación de un ministerio del Deporte. Las victorias españolas se han encadenado en fútbol, baloncesto, tenis, Fórmula 1, ciclismo o motociclismo. Es decir, en las disciplinas más alejadas de la tutela administrativa, mercantilizadas hasta la médula y gobernadas por estructuras que sonrojarían a un siciliano. A diferencia de lo que ocurre en la economía, la intervención gubernamental sería más tóxica que unos métodos caciquiles aunque fructíferos. De hecho, España obtuvo unos resultados medios cuando no mediocres en la cita estatal por excelencia que definen los Juegos Olímpicos. Un país que no amarra una sola medalla en atletismo y natación, las disciplinas príncipes del olimpismo, debe evitar la tentación del intervencionismo en áreas más especulativas y boyantes.

Aunque Zapatero presuma de lo contrario, España tampoco figura en el G-8 deportivo. Así lo confirma el palmarés de Pekín´08, en especial si los metales se conjugan con el potencial demográfico. La iniciativa privada ofrece rendimientos que multiplican a la estructura pública. La pasión ministerial del presidente omite la existencia de una secretaría de Estado para el Deporte, acostumbrada a arrodillarse ante los poderes fácticos de las disciplinas balompédicas. Cuesta aceptar que, de haber gozado del entorchado de ministro, Jaime Lissavetzky hubiera opuesto una mayor energía a las maneras autocráticas de Villar en la federación de Fútbol, de Platini en la Uefa o de Blatter en la Fifa. El último de los citados se atrevió a amenazar a España con la expulsión de la competición cenital del año, obteniendo una respuesta sumisa del Gobierno interpelado. Todo ello por no hablar del fiasco de la Operación Puerto, que ha disparado las sospechas sobre la limpieza de los deportistas y sobre el ímpetu del ejecutivo socialista para atajar las interferencias farmacológicas.

El Deporte es una asignatura transversal en el Gobierno saliente -si cuajan los rumores de remodelación- Nunca se vio a Miguel Sebastián, Rubalcaba o al propio Zapatero tan conscientes de su poder como al salir en defensa numantina del Atlético de Madrid, agraviado por la UEFA. En cuanto al PP, subalterno desde hace años en la actualidad política, no debe dejarse embargar por los celos de una apropiación socialista de los éxitos deportivos. Rajoy se presentó a sus primeras elecciones escoltado por Ferrero y Butragueño, con resultados de sobra conocidos.

Con respecto al ministerio nonato, crearlo para sufragar la inminente bancarrota del deporte de élite suena excesivo. La politización del músculo puede conllevar la escalofriante perspectiva de escuchar a los deportistas hablando de política, y el mundo de la gestión deportiva es demasiado corrupto incluso para los estándares políticos. Junto a su cartera a estrenar, Zapatero colaba la promesa de una nueva Ley del Deporte. Puede servir de compensación. En la experiencia del zapaterismo, las leyes son más inofensivas que los ministros. El mundo de la gestión deportiva es demasiado corrupto incluso comparándolo con la política.