Si quedábamos en casa el riesgo hubiera sido dejarse llevar por la idiotez de la pantalla, poner el cerebro en línea plana y haber llorado con España puesta en la 3 ante el bochornoso espectáculo de la Cantudo defendiéndose de unos periodistas paranoicos, de mentes abisales. Era sábado, noche popular preferida por la tele para alienar el corazón y los sentidos y huímos de la casa, de cualquier casa, para correr bajo la lluvia en una noche malhadada hacia Viana y su Festival Internacional de Blues en el teatro Sá de Miranda. Soy un asiduo de este encuentro que comienzo siempre por una cena ritual con el promotor, ahora el viejo guerrero Alfonso Cito (millones de kilómetros de bolos a sus espaldas) y con el Dr. Leal, Antonio Cunha Leal, arqueólogo, historiador y responsable municipal del Viana Blues. Todo acabó bien en Viana do Castelo. Si Deitra Farr puso muy alto el listón el sábado con su poderosa voz al servicio del genuíno blues de Chicago (teníais que ver a sus músicos, abuelos cuando menos con más millones de horas de carretera que Cito), la velada del domingo con Michael Roach&Johnny Mars al frente de su Big Blues Band no tuvo desperdicio alguno y perdurará en la memoria de todos los asistentes del festival que abarrotaron el coqueto teatro municipal en el sentido más literal de la palabra, con los pasillos laterales llenos de gente moviendo las caderas y siguiendo sus rítmicos dictados.

Era el 66 cumpleaños de Johnny Mars y su actuación se convirtió desde los primeros momentos en una gran fiesta con la participación del público, coreando todo el teatro puesto en pie las canciones más emblemáticas y conocidas del repertorio tradicional blusero. Al final, tras más de dos horas de actuación y los bises de rigor, no pudo faltar una gran tarta con sus velitas encendidas en el escenario y el público coreando a grito pelado el "Happy Birthay to You". Un fin de fiesta apoteósico para esta novena edición del festival pero después... Después, repuestas las fuerzas con unos sandwiches de carne y unas botellas de buen vino del Douro, tras una rápida ducha en el hotel, continuó la juerga en la sala contigua del teatro con una tremenda jam session a cargo de Michael Roach (que da conferencias en universidades internacionales sobre música afroamericana) y sus chicos hasta las 4 de la madrugada. No estaba Johnny Mars, que prefirió descansar tras la actuación pues quería ahorrar energías y celebrar el cumpleaños a su manera al día siguiente en su casa londinense con su nueva esposa, con la que está unido desde octubre. Sesenta y seis años es buena edad para casarse pero no pasan en balde y si hay que responder con una jovenzuela debe uno fajarse por la noche en retirada. Igual que un general en la guerra debe dejar la vanguardia azarosa para sus jóvenes soldados, un veterano no puede batirse en el amor dando golpes en el pecho cual joven gorila en galanteo.

Los conciertos siempre tienen una trastienda que es para unos pocos elegidos. Es como la noche, que tiene su almacén trasero, su patio interior no declarable. Uno, por fortuna, no se acuerda de la mayor parte de las cosas que le han sucedido en las postrimerías de la noche, tras las cortinas, porque el cerebro es sabio y busca el ahorro en memorias y emociones. Pero bien se podría con todo lo vivido en el oscuro hacer una película de risas, más bien de Almodóvar, y esperar plaza en el infierno por los muchos pecados disfrutados.