Así se llamó la película en la que Wynona Ryder inventaba mundos donde no cabía su vida cotidiana. Lo nuestro es peor. Aquél mundo imaginado por nuestros tatarabuelos ilustrados, el del imperio de la justicia, la libertad, la igualdad y, en suma, la democracia, se está yendo al traste a marchas aceleradas en este siglo XXI infausto. La última abdicación -última por el momento- viene de Afganistán donde dos altos cargos cesantes, afgano uno y europeo el otro, acaban de darnos un buen mordisco a la realidad imaginada. En opinión de Korski y Ashdown, que es como se llaman los expertos, hay que abandonar la idea occidental de que Afganistán puede convertirse en un Estado que respete la igualdad de sexos y los derechos humanos. A lo más que hay que aspirar es a un país mejor gobernado de lo que está ahora. Como la situación actual es de absoluto caos, no parece un objetivo inalcanzable.

Pero, ¿a cambio de qué? Si no he entendido mal el argumento, las vidas perdidas allí, el empeño internacional en derribar el régimen de los talibanes y el cúmulo mareante de millones de dólares o euros -que tanto da- dilapidados en la guerra fueron para nada. No cabe plantearse el objetivo de un Afganistán en el que la población viva de otra cosa que no sea el cultivo de opiáceos, en el que las mujeres puedan permanecer fuera de sus burkas, en el que los ciudadanos elijan a sus dirigentes, en el que el castigo por burlar la ley se refiera a la humana y no a la que llega de un pretendido espíritu a quien nadie vio jamás.

Si es así, ¿qué sentido tiene todo el planteamiento de la invasión auspiciada y bendecida por las Naciones Unidas en nombre, no se olvide, de los derechos humanos? Si hay que mantener la sumisión de las mujeres, la ejecución de adúlteros y homosexuales, el tráfico de narcóticos y la máxima de la guerra santa, ¿qué diferencia hay entre un Afganistán así con o sin los talibanes?

Por desgracia, los bocados de realidad no se limitan al Oriente Medio. Vuelven a salir a la luz en España las cloacas de nuestros muy democráticos y justos Estados, con los vuelos cargados de prisioneros hacia Guantánamo, y lo que parece preocupar a sus señorías los diputados a tal respecto es si fue un gobierno u otro el que dejó aterrizar más aviones. Verdad es que abundan los columnistas que hacen reflexiones éticas, y aun estéticas, acerca de lo que suponen los valores occidentales tras el 11-S pero eso pertenece, qué se le va a hacer, al mundo imaginario. El de verdad tiene que ver con la solicitud de los principales sospechosos del atentado contra las Torres Gemelas de ser juzgados y ejecutados ya. Saben que no sucederá otra cosa porque ellos viven en su propio mundo, allí donde la realidad y la ficción coinciden. Son los mismos que están ganando la guerra en Afganistán: tal vez por eso, porque viven -malviven- a mordiscos mientras nosotros aplaudimos -o maldecimos- la cúpula a modo de firmamento que un artista ha diseñado en nuestro mundo de mucha ficción.