Dictamina la implacable Ley de Murphy que todo aquello susceptible de empeorar, empeorará: y eso sugiere ahora el Fondo Monetario Internacional (FMI) al advertir que la crisis será aún más grave de lo previsto en España. Tanto, que los cálculos se quedan viejos de un mes para otro.

Si los sabios del FMI auguraban en octubre una caída del 0,2 por ciento en la producción española, el pasado noviembre ya habían aumentado en cinco décimas más el grado de derrumbe de nuestra economía. Ahora sitúan en un 1 por ciento la pérdida de riqueza del país y mejor será no imaginar siquiera hasta donde podrá llegar la nueva cifra con la que nos espanten en enero.

Lo que el Gobierno calificó al principio como una leve "desaceleración" del crecimiento que poco después pasaría a ser una singular "desaceleración acelerada", se ha convertido finalmente en una recesión. Dicho más coloquialmente, vamos de culo; o si se prefiere una expresión más formal, este país que hasta no hace mucho fue próspero, circula ahora marcha atrás y aparentemente sin frenos.

Los acontecimientos se suceden a tal velocidad que cuando la autoridad competente admite -por fin- que a lo mejor hay una crisis, los datos sugieren que España está ya al borde de una de esas depresiones económicas que duran varios años. Tal es, al menos, lo que han venido a decir en su visita a España los agoreros del Fondo Monetario Internacional que califican de "sombrío" e "incierto" el futuro de la economía para el año 2009. Y no dan esperanza alguna de que las cosas vayan a mejorar una vez pasado ese annus horribilis.

No obstante, tampoco conviene admitir como materia de fe cualquier cosa que diga el mentado Fondo, que nació hace más de sesenta años para evitar la repetición de crisis monetarias como la que dio origen a la Gran Depresión de los años veinte en Norteamérica y -por extensión- el resto del mundo. A la vista de los últimos desastres en el ramo de las finanzas, está claro que el FMI no cumplió en esta ocasión con el benemérito propósito para el que fue creado. Lo cual no impide que ofrezca consejos a los demás bajo la muy española máxima: "Consejos vendo y para mí no tengo".

Las recetas para combatir la crisis que el Fondo dirigido hasta hace un año por el español Rodrigo Rato propone a España no dejan de resultar, cuando menos, chocantes.

Sugieren en efecto los economistas del FMI que lo esencial para revertir la actual caída de la producción española es congelar (o si fuese posible, reducir) los sueldos de los trabajadores, facilitar aún más su despido y evitar que siga bajando el precio de los pisos. Dicho de otra manera, los gurús de la economía mundial consideran que los españoles -mileuristas incluidos- cobran demasiado y son caros de despedir, circunstancias sin duda enojosas que lastran la buena marcha de la producción.

Lo que el Fondo Monetario viene a pedir es una cierta dosis de masoquismo. O no se le ha entendido bien, o lo que tan alta institución pretende es que los ciudadanos de esta parte de la Península acepten ser despedidos poco menos que de balde. Aquellos afortunados que conserven su empleo deberán renunciar además a los módicos aumentos de paga necesarios para compensar el aumento del coste de la vida. Y todos ellos, parados o no, tendrán que admitir como buena y necesaria cualquier medida tendente a evitar que bajen los disparatados precios de la vivienda.

A cambio de tan extremados sacrificios, la autoridad monetaria mundial calcula que el país saldrá de la actual crisis, aunque sea a costa de que sus paisanos salgan apaleados. Pero esto último ha sido históricamente lo habitual en circunstancias como las actuales.

Falta por saber lo que opinan al respecto el gobierno progresista al mando de España e incluso los sindicatos, extrañamente silentes hasta ahora. Quizá les toque el papel de la orquesta en la alegre España del "Titanic".

anxel@arrakis.es