El alcalde de Getafe, Pedro Crespo, que une a su cargo el de presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias, anda de capa caída por mor de su campechanía y especial forma de entender la política, mezcla que le llevó según parece a decir que no comprende cómo hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha en este santo país. Son sus palabras textuales, salvo en lo que hace al adjetivo acerca de la santidad de nuestro reino, añadido por mí. Mucha santidad, desde luego, hay que tener para que sigamos no ya votando a la derecha, que cada cuál hará de su capa el sayo que más le guste, sino votando, sin más. Sobre todo cuando los próceres que se presentan a las elecciones tienden a manifestarse tan asilvestrados sólo por ver de hacerles gracia a sus conmilitones.

A parecida especie pertenece el exabrupto incendiario de Joan Tardà, diputado de Ezquerra Republicana de Catalunya. Por más que a su entender se trate, según ha aclarado de inmediato, de una expresión de rechazo a la monarquía y no del deseo de la muerte de nadie en concreto -del rey, para qué vamos a entrar en remilgos- lo de "muera el Borbón" es una frase que admite pocas dudas. Lewis Carroll introdujo, creo recordar que en la segunda parte de las aventuras de Alicia, un diálogo entre la propia Alicia y Humpty Dumpty acerca de si alguien puede hacer que las palabras signifiquen lo que uno quiere. Sucede que no, que significan lo que los demás entienden y de ahí los apuros del alcalde y el diputado para decir ahora digo en vez de Diego, o al revés.

Cuesta trabajo entender cómo, en los tiempos que corren y con el paro que apunta, quienes tienen empleos de lo más atractivos, bien pagados y rayanos en la holganza para no pocos de los diputados en Cortes, se les pueda calentar la boca hasta el extremo de señalarse por medio de los disparates. Ya estamos en que el reglamento electoral español es absurdo y que, hagan lo que hagan y digan lo que digan, ni a diputados ni a alcaldes les van a enviar a la cola del INEM. Pero aunque sólo fuese por aquello de la autoestima, o del aprecio a la imagen propia, tampoco sería tan difícil estarse callado.

La jerga política consagró, en tiempos de la clandestinidad contra el general Franco, el término de "tontos útiles" para nombrar a quienes apoyaban al partido comunista sin pertenecer a él. No eran muchos pero si muy significados. Pues bien, los tontos útiles de hoy serían, para el alcalde de Getafe, quienes apoyan a la derecha. O los que no lanzan amenazas contra la corona, si hablamos del diputado de Ezquerra. Ya que estamos matizando, cabría entender que son tontos porque no piensan como Crespo ni Tardà. Pero, ¡ay!, resultan útiles porque poca actividad política tendríamos a nuestro alcance sin la enorme cantidad de españoles que o bien votan a la derecha o, eligiendo a la izquierda, no están por matar al Borbón.