A estas horas, oídas y leídas las cosas que se han dicho sobre la moción de censura que concejales del PP, con el apoyo de un tránsfuga del PSOE, presentaron en Mos, podrían sacarse ya algunas conclusiones. La primera, que la política es para bastantes un oficio en el que las reglas varían tanto que da la impresión de que no existen. La segunda, que los intentos de establecerlas suelen durar muy poco y, tercero, que ni cuando se llega a un acuerdo se puede confiar en la palabra dada.

Algunos observadores, sobre todo los más noveles, suelen replicar que ésa es una visión demasiado pesimista, que al exponerla se contribuye al deterioro del sistema y que no conviene convertir la desilusión en una norma general. Lo malo es que sigue pareciendo cierto lo de que el pesimista no es sino un optimista bien informado, que el deterioro no surge tanto por la descripción de los hechos cuanto por los hechos mismos y que, en fin, la generalización se deriva de que muchos hacen lo mismo o algo muy parecido. Y por tanto lo que habrá que corregir es lo que falla y no su denuncia.

A partir de esta reflexión, que naturalmente dista mucho de ser un dogma y que respeta otras opiniones, podría concluirse que lo que se necesita es modificar a fondo el esquema actual, que ha servido bien a la transición democrática pero que necesita algo más que retoques: seguramente una auténtica catarsis. Porque si no se quieren tránsfugas hay que cerrarles el paso con normas y no con "pactos de caballeros", y si hay que evitar vulneraciones directas de la voluntad popular es preciso reformar la ley para impedir no sólo cosas como la de Mos y muchas anteriores, sino otros acuerdos que deturpan del mismo modo la expresión concreta de lo que los ciudadanos quieren.

No se trata de hacer un mix con unas cosas y otras, pero sí de evitar el ejercicio de hipocresía que representan las declaraciones de ediles censurantes justificando lo que saben tiene poco fundamento ético y estético, y las airadas protestas de varios altos cargos socialistas que hablan de "golpes de Estado" y boutades por el estilo olvidando que en sus historiales tienen tantas muescas o más que sus adversarios. Y quien lo dude que use la memoria histórica para comprobarlo.

Lo malo es que, sin el citado cambio de reglas, poco remedio tiene la cosa: el PP abrió expediente a los firmantes de la moción y habla de expulsarlos, pero el PSOE desconfía y, en todo caso, la censura y sus efectos se cumplirán. La moraleja no será aquello de "Dios los cría y ellos se juntan" con que semejante panorama tienta a muchos, pero convendría analizar a fondo desde el sentido común y la vergüenza ajena, cuál es de verdad la praxis de los políticos en este país, de qué tesis concretas partieron y, por supuesto, hasta dónde debería llegar la catarsis.

¿O no...?