Confieso que esta vez, tan pronto tuve noticia de la nómina de autores candidatos al Premio Cervantes del presente año, sentí más curiosidad que nunca por saber quién iba a ser al final el escritor galardonado con la distinción más prestigiosa para la literatura en nuestra lengua. Confieso, asimismo, que me alegré de la decisión del Jurado. Se diría que les llega la hora de la consagración definitiva a los narradores inmediatamente posteriores a aquello que dio en llamarse "realismo social". Pongamos dos ejemplos al respecto: el Premio de Ensayo Comillas de biografías fue concedido a un estudio sobre Martín Santos, y el último Premio Nacional de narrativa recayó en Juan Goytisolo.

Es curioso que, a la hora de hacer la historia de la literatura de posguerra, sus estudiosos, más que de generaciones, hablan de las distintas tendencias según las décadas. En poesía y en narrativa, hay una producción literaria inmediatamente posterior al llamado realismo social cuya calidad es innegable. Pensemos en Gil de Biedma, y tampoco perdamos de vista a los narradores que, sin abandonar un inequívoco compromiso social, van más allá en sus exploraciones de técnicas narrativas, así como en los universos que plasman en sus obras. Pensemos en Luis Martín Santos (1924), en Rafael Sánchez Ferlosio (1927), en Juan Goytisolo (1931), en Vázquez Montalbán (1939), en Eduardo Mendoza (1943). En el caso de Sánchez Ferlosio, nacido tres años después de quien innovó las técnicas narrativas, habría que recordar que la "apática juventud burguesa" de su novela El Jarama deja sitio a la belleza de las descripciones frente a la sordidez de los personajes que la habitan. Habría que preguntarse si Sánchez Ferlosio no es en El Jarama algo más que un narrador de la llamada novela social.

Y tengamos en cuenta, al propósito que nos ocupa, que Marsé nace en 1933. ¿Será acaso el último Premio Cervantes un escritor que está a medio camino entre los que innovaron las técnicas narrativas y la llamada generación del 68, cuyos autores nacen a partir de 1939, que cuenta con narradores de la talla de Eduardo Mendoza y Manuel Vázquez Montalbán?

Añadamos algo más: Cataluña, la Cataluña de la que en cierta medida reniega Goytisolo, la capital catalana que fue convertida por Mendoza en un universo literario de referencia obligada en el siglo XX, la Cataluña de Vázquez Montalbán, mixta, mestiza, como la de Marsé.

Y, más allá de etiquetas, de cuyo didactismo no podemos ni queremos dudar, Marsé es, antes que ninguna otra cosa, el novelista de la memoria, de una memoria tan denostada por unos, tan reivindicada por otros. Novelista de la memoria de la posguerra en Cataluña, cuya tradición, por decirlo así, empieza con una novela de la envergadura de Nada, de Carmen Laforet.

Teresa y sus veleidades izquierdistas propias de una juventud burguesa que se aburría. La prima Montse, y el despertar de un mundo que no quería mirarse en su propio espejo. Si te dicen que caí, acaso la mejor novela de Marsé, con su Barcelona mestiza en la que hay cabida para unos bajos fondos sociales literariamente más que valiosos, en la que la infancia tiene su no sé qué de paraíso perdido a pesar de la sordidez de aquellos tiempos. Aquella muchacha de las bragas de oro que saca a relucir la memoria más inconfesa de un tío suyo con un pasado político que, en 1978, había dejado de ser políticamente aceptable.

Novelista de la memoria, con una garra narrativa que, tal vez, se alimentaba, paradójicamente, del desgarro de los protagonistas de su universo literario. Novelista de la memoria que llegó a escribir una novela llena de sarcasmo fuera del contexto histórico del que mejores frutos cosechó. Nos referimos a la que tiene por título El amante bilingüe.

Novelista de la memoria que escribió historias que tuvieron, parte no desdeñable de ellas, su presencia en el cine. Novelista de la memoria que nunca se acomodó, como hicieron otros literatos y cantautores, a los dictados de los políticos que desvirtuaron el significado de unas siglas con las que cada vez tienen menos que ver.

Novelista de tiempos difíciles, novelista cuya obra rebosa la insatisfacción de un tiempo y un país literariamente inagotable.

Lo dicho: se ha premiado a un literato químicamente puro, entre otras cosas, por la impureza y el mestizaje de sus universos narrativos.

Curiosamente, hablamos de un autor en cuyas novelas no hay parálisis, aunque den cuenta de un tiempo y un país mutilados por una durísima posguerra y por una larguísima, casi interminable, dictadura.