Solían discutir los aficionados a la genética si los gallegos procedemos de los celtas, de los suevos o -a juzgar por ciertos comportamientos- de los vándalos; pero ahora hemos venido a saber que en realidad somos más bien moros. No sólo por el celoso y algo posesivo comportamiento que nos asemeja a Otelo, el famoso Moro de Venecia, sino -y sobre todo- por razón de nuestra herencia cromosómica.

Un grupo de investigadores de la Universidad británica de Leicester y de la barcelonesa Pompeu Fabra acaba de descubrir, en efecto, que el veinte por ciento de la población de Galicia presenta rasgos propios de la población del Norte de África.

La investigación, en la que colaboraron los más reputados genetistas gallegos, descubre datos verdaderamente insólitos. Por ejemplo, la ascendencia árabe de los naturales de este viejo reino supera en un diez por ciento a la media española, hasta el punto de que la huella del cromosoma moro es mayor en Galicia que en la mismísima Granada del rey Boabdil. Y eso que las tropas de Almanzor no llegaron hasta el siglo VIII a Compostela.

Pese a ser su huella tan reciente, se ve que han dejado más muescas en nuestro ADN que las de los suevos e incluso la de los remotos celtas, considerados hasta ahora como una especie de padres fundadores de la nación de Breogán.

O desacreditamos de inmediato la investigación -cosa ciertamente difícil- o no nos va a quedar otra que revisar los viejos mitos y leyendas sobre el origen de esta vieja tribu. Y a ver qué hacemos con el himno compuesto por el cantor de la raza celta Eduardo Pondal o con los cantos no menos raciales que Ramón Cabanillas dedicó a la supuesta estirpe primigenia de los gallegos.

Es lo que tiene la cuestión esta de los blasones, las herencias y los títulos de sangre. Los países socialmente más progresistas como, un suponer, Estados Unidos, basan su cohesión en los derechos individuales de la persona, sin que importe su raza, su religión, su sexo o cualquier otra accidental circunstancia.

Europa es otra cosa. Oficialmente se rige por los mismos principios individualistas de la Revolución Americana -inspirada a su vez por la francesa-, pero en la práctica los europeos siguen apreciando el rancio abolengo de la gente y hasta las apelaciones a la raza (ahora llamada "origen étnico") de la población.

Todo ello explica el auge de la extrema derecha racista en Austria y otros países del viejo continente que mejor no nombraremos por el aquel de evitar un conflicto diplomático. Baste decir que en España, para no ir más lejos, han adquirido gran prestigio las llamadas "señas de identidad" con la que cada uno de los diecisiete reinos autónomos del Estado quiere distinguirse de su vecino.

Galicia no podía quedar al margen de esta tendencia. También aquí hay gentes a menudo reputadas de progresistas que se ufanan de la denominación de origen celta hasta ahora atribuida al país, por más que la apelación a la estirpe de los abuelos -es decir: al abolengo- sea un rasgo ideológico típicamente conservador. Una actitud que contrasta con la del conservador pero escéptico Álvaro Cunqueiro, quien solía decir que los únicos celtas de los que él tenía constancia en Galicia eran los asistentes a la asamblea anual del Real Club Celta de Vigo. O la de su colega de fábulas Jorge Luis Borges, que bromeó sobre los entusiasmos indigenistas de Latinoamérica con la frase: "Los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos descienden de los incas y los argentinos descendimos de los barcos".

Otra de esas bromas que a veces nos gasta la Historia ha hecho -según ahora sabemos- que uno de cada cinco habitantes de la tierra de Santiago Matamoros tenga los cromosomas casi idénticos a los de la morisma. Habrá que recurrir al fino humor de Cunqueiro o de Borges para superar tan duro trance.

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