Sumido en inquietudes metafísicas, el presidente de la Federación Española de Municipios, Pedro Castro, se preguntó el otro día: "¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha?". El amable lector disculpará sin duda la aspereza testicular de léxico a la que obliga la transcripción de las palabras del alcalde en jefe.

Puede que la frase de Castro esté inspirada en otra -mucho más sutil- que se atribuye al histórico líder comunista Santiago Carrillo. "No hay nada más tonto que un obrero de derechas", vino a decir años atrás el hoy nonagenario pero todavía lúcido ex dirigente del PC (cuando las siglas PC correspondían a un partido y no a un ordenador).

La idea que se desprende de esa afirmación es que sólo los partidos convencionalmente reputados de izquierda representan los intereses de los trabajadores. Dicho de otro modo: aquellos asalariados que voten por candidaturas de derecha estarán acostándose electoralmente con su enemigo, como sólo puede hacer un redomado tonto de capirote.

Podría impugnarse esa argumentación sin más que constatar la mayoría absoluta obtenida por el muy conservador José María Aznar en las elecciones del año 2000, pongamos por caso. Aznar ya había gobernado -si bien en minoría- durante los cuatro años anteriores, de modo que difícilmente quienes lo votaron podrán alegar desconocimiento o deseo de experimentar sensaciones nuevas.

Dado que el número de trabajadores por cuenta ajena excede ampliamente al de empresarios y gentes adineradas, no queda sino concluir que muchos obreros españoles fueron lo bastante tontos como para votar entonces a la derecha: y no precisamente en su versión más tibia. Un día tonto lo tiene cualquiera, ya se sabe.

Naturalmente, las cosas no son tan simples como las pinta Santiago Carrillo o, con mucho menor ingenio y bastante más grosería, el actual presidente de los alcaldes españoles.

El mismo concepto bipolar de izquierda y derecha -nacido, como se sabe, de la Revolución Francesa- pertenece más bien al pasado. Los tiempos en que el jamón sabía a jamón y el bacalao a bacalao han pasado a la historia, del mismo modo que la vieja caricatura del patrón con puro y sombrero de copa contrapuesta a la del obrero en mono y alpargatas. Aunque algunos parezcan no haberse dado cuenta de que la televisión ya no emite en blanco y negro, esas son imágenes anteriores incluso al NO-DO de Franco.

A diferencia de los tiempos preindustriales, el ciudadano actual es más bien un cliente que acude al supermercado de las elecciones en busca del producto que más se adapte a sus necesidades en el momento concreto de la votación.

Habrá trabajadores que voten a la derecha en el convencimiento -acertado o no- de que puede crear más empleos que le eviten la cola del INEM, del mismo modo que existen terratenientes y hasta duquesas que hacen campaña por la izquierda más extremada. Cada uno se guiará por sus particulares intereses a la hora de elegir el voto que más le conviene en la estantería que los políticos ponen a su alcance, pero esa es señal de inteligencia antes que de tontuna.

En realidad, sólo los verdaderos tontos del haba ignoran a estas alturas de la película que las diferencias "ideológicas" -o de catecismo- entre los partidos se diluyen hasta hacerse imposibles de distinguir una vez que cualquiera de ellos logra el mando y le coge gusto al despacho, las secretarias, el coche blindado y los escoltas.

Forrest Gump, famoso personaje cinematográfico, resumía muy bien la cuestión al afirmar que "tonto es el que dice tonterías". Groucho Marx agregaba que más vale estar callado y que te tomen por bobo a abrir la boca y despejar las dudas definitivamente. Desoyendo tan sabios consejos, el jefe de los alcaldes españoles ha optado por abrirla y expeler una frase que -literalmente- tiene cojones. Todo muy español.

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