Un experto en la materia, el académico Camilo José Cela, sostuvo hace años, al presentar su enciclopedia dedicada al sexo, que la única diferencia que existe entre el erotismo y la pornografía es meramente administrativa. Pero las tareas de la administración no tienen por qué ser simples. De hecho los burócratas, siempre dispuestos a marcar fronteras, se han tropezado con obstáculos infinitos a la hora de darle su tratamiento del sexo mediante un reglamento que no chirriase.

En los tiempos en que el régimen del general Franco velaba, de la mano de los obispos, por la salud espiritual de los españoles, las películas se clasificaban mediante un código erótico-administrativo que culminaba en la valoración de "mayores con reparos". Se suponía que quien era mayor de edad podía resultar o bien inmune a los placeres de la carne, o rijoso, y de ahí lo de los reparos. Dicho de otro modo, el cine del destape -que era todo lo que se nos permitió mientras fuimos un país del nacionalcatolicismo- era sólo apto para quienes se mantuviesen indiferentes a los encantos de la lencería cutre.

Pero la administración, como cualquier otro hallazgo humano, progresa y es capaz de encontrar nuevas fórmulas de castigo para quienes ven las películas y miran las revistas que les gustan. La mejor idea, por el momento, procede de quien hizo una fortuna con la televisión del destape, el cavalieri Berlusconi. Quizá por aquello de evitarse competencias enojosas, ha decidido crear la pornotasa: un impuesto destinado a gravar los productos pornográficos. De tal suerte cree el primer ministro italiano poder combatir la crisis, aunque no queda claro si se trata de la económica o de aquella que afecta a la natalidad.

Sea como fuere, los inspectores que hayan de aplicar la pornotasa lo tendrán crudo. Nadie sabe, más allá de las definiciones administrativas a las que se refería nuestro premio Nobel de literatura, dónde queda la separación entre pornografía y erotismo. Pero el proyecto de Berlusconi tiene que completarse con un decreto que, en dos meses, habrá de definir qué es sexo explícito y qué no. Semejante reglamento, que la ley de la pornotasa exige que sea muy detallado, puede convertirse en material de colección para fetichistas si tales detalles lo son de verdad. Por ejemplo, resultará interesante comprobar en qué categoría entran Leda y el cisne o la Maja desnuda, y qué criterio separa esos cuadros del póster central del Playboy. Es de esperar que el decreto incluya material gráfico para instrucción de inspectores y clientes.

Lo más dudoso acerca de la pornotasa es en quién pensaba Berlusconi al animarse a crearla. Una vez aparecido el imperio de Internet, la pornografía cuenta con poco espacio de mercado. A lo mejor sucede que, como le han dejado sus televisiones del destape en fuera de juego, Il Cavalieri se venga. O eso, o no sabe ya con qué excitarse.