Así pues, despejada siquiera en parte -falta por determinar el día, pero es ya menos importante- la incógnita de la convocatoria electoral, habrá que darle razón al vicepresidente de la Xunta y portavoz nacional del BNG en el sentido de que es ésa una buena noticia. Pero no sólo porque cuándo hay que votar rebaja tensión política y ciudadana, sino porque permitirá que la maquinaria administrativa restablezca sus plazos y así se recupere una relativa normalidad.

Desde el entorno del señor presidente de la Xunta -que ha cumplido lo que dijo, sobre esto, desde la pirimera vez que se le planteó: que marzo era el tiempo electoral más probable- se ha confirmado lo que no pocos sospechaban, es decir, que la crisis económica no ha decidido pero sí influido, que va a pesar mucho en los comicios y que, por tanto, habrá que explicar a los ciudadanos qué es lo que ocurre, qué se puede hacer para afrontarlo y, de paso, quién tiene la responsabilidad.

A partir de esa estrategia elemental, que resulta lógica, debería reclamarse a sus autores la exclusión de tácticas que hasta ahora se han seguido y que no resultan compatibles con la realidad y, por ello, generan confusión. Una de ellas, verbigratia, es la de identificar lo malo que ocurre con las ideas de los partidos rivales a pesar de la evidencia de que todos han jugado con las mismas reglas y aplicado los mismos fundamentos: si se quiere vencer, primero hay que convencer y eso va a ser difícil si se falta a la verdad y por tanto al respeto que se le debe a los ciudadanos de este país.

Es previsible que el fortísimo aparato de propaganda de que disponen los grandes partidos trate de ahogar con eslóganes cualquier análisis que no parta de sus propios postulados y, por tanto, que busque determinar los resultados electorales: eso no es ilegítimo siempre y cuando proporcione, a la vez, opciones de discutir, debatir y replicar a otros. De lo contrario se llegaría a la peligrosa conclusión de que quien tiene más medios -o sea, más dinero.,propio o ajeno- dispone de ventaja definitiva; algo que provoca dudas legítimas sobre la igualdad real, que es la base de la democracia y por tanto del sistema. Una igualdad por la que debe velar el poder público.

Y no se trata de fomentar utopías o pedir imposibles: sólo de reforzar la confianza de la sociedad en que al fin y al cabo, las elecciones son un procedimiento por el que se lleva al poder a quienes más pueden hacer por todos y no a los que engañan mejor al resto. ¿Eh?