Acaban de bajar de una sola tacada los precios de las mercancías en general y los de las hipotecas en particular, según las felices noticias sobre el IPC y el Euribor difundidas ayer por los contables del Gobierno. Además de bella, la vida ha pasado a ser más barata gracias a la caída de la inflación -que ya sólo se cifra en un 2,4 por ciento_- y al ahorro de 36 euros mensuales que por término medio obtendrán los españoles encadenados a una hipoteca. Por una vez, las buenas noticias sí son noticia.

Lástima que tan confortadoras novedades no resulten de gran utilidad en la práctica. Aun suponiendo que los datos sean veraces, la hipotética bajada de los precios pilla a los españoles sin un euro en el bolsillo y -lo que es peor- sin apenas posibilidad alguna de que los bancos les presten, como solían hacer, el dinero necesario para aprovechar las gangas.

Por mucho que se abarate la cesta de la compra, la carencia de efectivo en los bolsillos de la población convierte en inútil esa aparente mejora de la capacidad adquisitiva. Y tampoco los hipotecados podrán tirar cohetes, como en buena lógica debiera suceder gracias a la primera disminución de intereses que se registra desde hace tres años. Probablemente el valor de los pisos que en su día adquirieron se ha depreciado a estas alturas mucho más de lo que pueda suponerles la rebaja en las cuotas mensuales del préstamo suscrito para su compra.

Lo único cierto es que todo -o casi todo- está bajando. Bajan los precios, bajan los intereses de las hipotecas, baja el valor de las casas, baja el número de empresas, baja el empleo? España está de rebajas incluso antes de que comience el período oficial de saldos.

Tanto es así que ayer cayó en suspensión de pagos otra de las cinco más importantes empresas inmobiliarias del país, mientras se hacen apuestas sobre cuál será la próxima que sucumba, víctima del dominó de quiebras provocado por el estallido del globo de la construcción.

Dado que el ladrillo era la viga maestra sobre la que se sustentaba el frágil "milagro" económico español, mucho es de temer que la cascada de bancarrotas en el ramo de la vivienda engorde hasta cifras difícilmente asumibles el nivel de paro en la Península. Aunque, si se quiere ver el problema desde un punto de vista positivo, siempre se podrá aducir que el empleo está bajando a marcha acelerada en España. Ya sean los precios, los puestos de trabajo o el valor de las viviendas, lo importante es que todo tiende a bajar en este cada día más barato país.

Tampoco hay misterio alguno en el descenso de los precios. El petróleo cuesta menos de la mitad que hace un año, detalle que por fuerza ha de traer aparejada una rebaja en el coste final de los productos que paga el consumidor. Ocurre ahora a la inversa lo mismo que un año atrás, cuando la desmesurada subida del oro negro disparó los índices de inflación en todo el mundo.

Entre tanta bajada -ya sea de precios, ya de hipotecas, ya de empleo-, consuela saber que al menos España sigue liderando el alza del paro en Europa con auténticas cifras de Champions League como ese 12,8 por ciento que nos sitúa en primer lugar de la tabla a casi tres puntos de Eslovaquia, la segunda clasificada. Un liderazgo que, a mayores, no paramos de consolidar y aumentar mes tras mes.

Ahora que el petróleo ya no tiene la culpa de nuestras desgracias e incluso contribuye a aliviarnos el coste de la vida, ha querido la mala suerte que la bajada de precios coincidiese con una sequía de metálico en el bolsillo y las cuentas corrientes de los españoles.

No quiere uno imaginar siquiera lo que ocurrirá si el paro (y la consiguiente falta de dinero) sigue aumentando al actual ritmo de 150.000 ex trabajadores por mes. Ni la reconversión de los supermercados en tiendas de Todo a Cien bastaría para hacer frente a tamaña catástrofe.

anxel@arrakis.e