En este mes de noviembre hubo tres noticias relacionadas con el Islam que pasaron casi desapercibidas y no merecieron un lugar destacado en los medios pese a que sus protagonistas principales son personajes famosos por distintos motivos. Me refiero al cantante norteamericano Michael Jackson que abrazó la fe de Mahoma después de haber sido Testigo de Jehová. Me refiero al Mullah Omar, aquel líder religioso afgano huido tras la caída del régimen talibán y en paradero desconocido desde entonces. Y me refiero al chófer de Bin Laden, encarcelado durante cinco años en la base de Guantánamo y ahora puesto en libertad por el tribunal militar que lo juzgó sin haber encontrado pruebas de su participación en actividades terroristas. Sobre las andanzas de Michael Jakson hemos venido siendo informados puntualmente, y de forma abrumadora, desde hace décadas. Así, casi todos sabemos que fue un niño prodigio del espectáculo musical; que se hizo numerosas operaciones de cirugía estética para blanquear el color de la piel y retocarse la nariz; que fue acusado de pederastia, y que últimamente pasaba por dificultades financieras, dado su disparatado tren de vida. Por fortuna, el tiempo sosiega el ánimo (el muchacho ya ha cumplido cincuenta años) y ahora parece haber encontrado la paz espiritual en el Islam, creencia religiosa que comparte con el famoso boxeador Muhamad Ali (antes Cassius Clay), con el no menos famoso cantante Yusuf Islam (antes Cat Stevens), y con el filosofo francés Roger Garaudy, que abjuró del marxismo que antes predicaba para seguir las enseñanzas coránicas. Del Mullah Omar, en cambio, no supimos tanto, ni durante tanto tiempo, pero a partir de los atentados del 11- S y de la invasión de Afganistán fue un personaje habitual en los medios. Tuerto de un ojo, manco de un brazo y algo cojo por heridas de guerra, su turbante, su barba y su gesto hosco lo caracterizaban perfectamente como el malo de la película. Pese a tantas lesiones invalidantes, cuando se produjo la derrota taliban los servicios de proganda nos dijeron que había huido conduciendo una moto y con enormes sumas de dinero en las alforjas. Y no supimos nada de él hasta que ahora reaparece en Pakistán bajo la protección de los servicios secretos de ese país y con el aval (mira por donde) de su antiguo enemigo, el presidente norteamericano George Bush, que ha solicitado del régimen amigo de Arabia Saudita que le proporcione asilo político. Un desenlace sorprendente y en cierto modo parecido al del chófer de Bin Laden, que estuvo encarcelado durante cinco años en la base de Guantánamo y acaba de ser puesto en libertad tras haber sido condenado a cinco años y cinco meses por un tribunal militar de excepción que no pudo encontrar prueba alguna de su participación en actos terroristas, pese a que el fiscal solicitaba inicialmente una condena a cadena perpetua. El final de la etapa de gobierno de los neoconservadores norteamericanos está dando lugar a conversiones y reapariciones realmente milagrosas. Y aún puede haber más. Hace unos días, se difundieron unas declaraciones del director de la CIA en las que este afirmaba que Bin Laden, aquel hombre terrible que permanecía oculto en una cueva remota, sigue con vida pero ya casi completamente aislado del mando operativo de Al Qaeda, organización que no controla. En realidad, nunca la controló.