Dicen que, durante una batalla, el caballo de un general de Napoleón perdió un clavo de una de sus herraduras, cosa que hizo descabalgar al jinete, condujo a que su ejército quedase desistido en la contienda, se perdiera ésta y, como consecuencia de la derrota, decayese la fortuna del Emperador quien, a la postre, sería derrocado y terminaría su vida como prisionero -¿envenenado tal vez?- en la isla de Elba.

El equivalente del clavo aquél existe. Pero herraduras ya no hay, y clavos para mantenerlas bien firmes en la pezuña, tampoco. Se trata ahora de un sms, un mensaje de los que los adolescentes escriben a todas velocidad en el teclado del móvil usando ambos pulgares. Tampoco ha sido un crío -ni un caballo- el generador de las desdichas; es todo un vicepresidente quien ha puesto en marcha la cadena. Mandó un mensaje de los de "pásalo" advirtiendo a los probables martillos de herejes acerca del plan del gobierno socialista, herético como pocos, de intervenir en favor de una empresa constructora, Sacyr, amenazada de quiebra. El sms llevó a que la empresa perdiera un doce por ciento de su cotización en Bolsa en sólo dos días, y de aquellos polvos llegaron los lodos de la posible venta de Repsol -el activo de más valor de la empresa- a los rusos. Un asunto que, si se confirma, hará que el general Franco se dé la vuelta en su tumba.

Como los jueces han advertido contra los intentos de Garzón de desenterrar a los muertos, digo yo si no sería cuestión de tirarle de las orejas al señor Álvarez Cascos -que de tal vicepresidente se trata- por remover la tumba del general. Fuese verdad o no lo del caballo desherrado, caben pocas dudas acerca de la que la histeria colectiva a la que llamamos crisis económica se ha cobrado una víctima no por culpa pero sí con la ayuda de quien fue, en tiempos, la mano derecha del señor Aznar. Aunque los verdaderos culpables somos nosotros. Si dependemos de un sistema financiero tan sensible a los infundios, a las maniobras teledirigidas y a los sms, tarde o temprano tenía que pasarnos lo que nos está pasando.

Salvar el grupo Citigroup, que es la última operación de socorro emprendida a escala global por ahora, nos ha costado 20.000 millones de dólares: una cifra que marea más incluso que los mensajes del señor Cascos emitidos antes y después de que ocupase su sillón ministerial. Si se dividen esos dineros por la cantidad de personas que viven en el planeta da un importe más bien despreciable pero no hay que echar así las cuentas. Lo suyo es mirar el endeudamiento por culpa de la hipoteca, las regulaciones de empleo y el duro amanecer de quien se compró un piso en el marinador de turno, sin olvidarse de la amenaza de que nos gaseen los rusos. Todo eso por culpa de los clavos a destiempo y los próceres ociosos. De nacer ahora Adam Smith, más que de la mano negra hablaría del pulgar perverso. Que no da la impresión de que vaya a arrepentirse y descanse.