Ahora que tanto se habla de lo que ha costado la cúpula ginebrina de Miquel Barceló no estaría mal el extender el acoso y derribo a los disparates gubernamentales comunes en medio mundo. Rectifico: en el mundo entero. Bien es verdad que sólo se conocen los más notorios, y que cuesta trabajo saber qué barbaridades se harán con cargo al erario público en, qué se yo, naciones como Tayikistán, Burkina Faso o las Islas Marshall -sin olvidarnos de Luxemburgo o Islandia_-. Pero por las noticias que superan un cierto listín y consiguen saltar a los titulares de los diarios, se ve que el problema es universal del todo.

Uno de los últimos ejemplos está en la misión de la India al enviar un cohete a la Luna, una iniciativa que podría parecer científica hasta que se hacen patentes los objetivos declarados por las autoridades de aquel país. El presidente del organismo encargado del buen éxito de la misión declaró, poco antes del alunizaje, que la bandera tricolor de la nación luciendo en la superficie de nuestro satélite tendría un significado emocional para todos los indios. Para lograr tal fin, y dado que la altura técnica del gigante asiático no es suficiente como para llevar una bandera de las corrientes hasta la Luna y dejarla hincada allá, lo que hicieron los promotores del patriotismo indio fue estrellar la nave espacial en el suelo, no sin haberla pintado antes con los colores de la enseña.

No sé cuántos ciudadanos, ni de la India ni de ningún otro lugar, podrían emocionarse con el espectáculo de una chatarra patria. Es probable que los colores _-azafrán, blanco y verde- quedaran un poco confusos después del golpe y, en todo caso, sólo cabe imaginarse el espectáculo habida cuenta de que el presupuesto no daba como para que no hubiese cámaras capaces de dejar constancia de ese momento digamos histórico.

Pero a lo que iba es al uso del presupuesto que maneja el Gobierno de Nueva Delhi. La renta per cápita de la India es de poco más dos mil quinientos dólares al año, es decir, cerca de la décima parte de la que queda a disposición de los españoles, en términos estadísticos claro es. Por lo que hace a los problemas políticos, territoriales y religiosos de ese país admirable -me refiero a la India, por supuesto-, no puede decirse que anden ausentes. Pues bien, a las autoridades indias se les ocurre como mejor medida para emocionar a sus súbditos el número ése de la nave pintada con tonos patrióticos.

Hasta la cúpula de Barceló en Ginebra parece una idea mejor. Esa obra tan controvertida dejará al menos un poso permanente que se puede ver, criticar, insultar o aplaudir, según quiera cada cual. Para poder hacer eso mismo con un vehículo espacial espachurrado hace falta mucha, pero que mucha creatividad transvanguardista. Un requisito que me temo que queda fuera del alcance de los ministros ya sea en Nueva Delhi, en Madrid, o incluso en Washington.