La economía mundial se encuentra ante la peor crisis financiera desde la IIª Guerra Mundial. El sistema financiero de los países desarrollados está en juego". Estas afirmaciones no son de ningún Jeremías de los que abundan en Internet, sino que las pronunció Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo. La máxima autoridad monetaria europea está desconcertada, porque se da cuenta de que el manual para crisis anteriores no funciona ahora.

Ejemplo. Durante meses y pese al deterioro de la situación, Trichet argumentó que el problema europeo eran los precios y, por ello, se negaba a bajar los tipos de interés para estimular la demanda. Tras la caída de Lehman Brothers y el riesgo de colapso financiero, el BCE empezó una carrera para recortar tipos. Pero, ¿sirve de algo? Muchos economistas creen que no, porque nos hallaríamos ante una "trampa de liquidez": hay tal desconfianza que, aunque las autoridades inyecten dinero, los bancos no lo conceden para créditos y lo acumulan, en previsión de que las cosas empeoren. Con las familias, lo mismo: pese a que EEUU y España aprobaron cheques y reducciones de impuestos en primavera, el dinero no se gastó? sino que se atesoró.

Los economistas keynesianos afirman que la solución está en un estímulo fiscal, con gasto en obras públicas y endeudamiento (además de reforzar las políticas de desempleo). Obama, Brown, Zapatero y compañía quieren emprender este camino "a la Roosevelt". El problema es que las políticas fiscales no tienen efecto inmediato (recordemos que Roosevelt necesitó más de dos legislaturas para sacar a EEUU de la Depresión). Y lo peor es que, si no funcionan, se habrán usado todos los recursos del viejo manual contra las crisis.