Distraídos por el espectáculo de las elecciones americanas -que son las que de verdad importan-, los gallegos casi habíamos olvidado que también aquí está al caer la mucho más módica votación que dará a luz al próximo Gobierno autónomo. Es natural. No hay color entre el combate que acaban de librar Obama, Clinton y McCain y el que dentro de unos meses enfrentará a Touriño, Feijoo y Quintana.

Cualquier comparación resultaría disparatada, por supuesto. En Estados Unidos se elige al presidente de la gendarmería mundial, mientras que los comicios de Galicia sirven tan sólo para votar a los miembros de un Parlamento sin apenas competencias que, a su vez, escogerán al jefe del Gobierno autónomo mediante los oportunos pactos y componendas a que dé lugar el resultado de la votación.

No hará falta recordar tampoco que, a diferencia de los casi omnímodos poderes que puede ejercer y a menudo ejerce el rey del mundo, las capacidades decisorias del presidente de un modesto reino autonómico se limitan -y no es poco_- a la gestión de la Sanidad, la Educación, el Medio Ambiente, el Urbanismo o la Cultura, entre otros asuntos de parecida cuantía. Más que de un gobierno en el sentido político de la palabra, el suyo es una especie de ayuntamiento de grandes proporciones que le permite manejar, eso sí, presupuestos de hasta dos billones (con be) de pesetas. Nada tienen que ver, desde luego, esas domésticas competencias con las de un presidente facultado para decidir no sólo sobre sus asuntos internos, sino también sobre los de las provincias europeas de Ultramar.

Forzando mucho la analogía podrían encontrarse, sin embargo, algunas similitudes entre las recientes elecciones norteamericanas y las que pronto se convocarán en este viejo reino de los confines de Europa. Si las de Estados Unidos se celebran tradicionalmente en noviembre -el mes de Halloween-, todo parece sugerir que en esta ocasión la campaña electoral de las gallegas coincidirá con la época de carnavales.

Calculan en efecto los que saben de estas cuestiones de política parroquial que una posible -e indeseada- coincidencia con las elecciones vascas y europeas obligaría al presidente Touriño a fijar la fecha de la votación para el día 1 o el 8 de marzo del año entrante. Y en cualquiera de las dos hipótesis, la campaña de captación del voto coincidiría inevitablemente con las fiestas paganas en honor de Don Carnal.

Si tal fuese el caso, el paralelismo entre la temporada de votación en Estados Unidos y la del remoto y más bien ignorado Reino de Galicia resultaría cuando menos curioso. La fiesta de Halloween, ya adoptada como propia por muchos vecinos de la provincia norteamericana de España no deja de ser, en efecto, una mezcla de baile de disfraces con cierto toque de difunto, equiparable en cierto modo a los carnavales de esta parte de la Península.

Quiere decirse que, siquiera sea por una vez, los comicios estadounidenses y los gallegos se desarrollarán en tiempo de Carnaval: circunstancia que tal vez aporte una mayor dosis de colorido al habitual espectáculo de las campañas electorales. Difícilmente podrán competir, desde luego, los partidos de Galicia con la experiencia que en estas cuestiones de política circense tienen los americanos gracias a su larga tradición democrática.

No obstante, la coincidencia con esas fechas carnavalescas acaso permita ejercer más desembarazadamente a los candidatos la afición que todo político tiene a vestirse con el disfraz más apropiado para sus electores. Tanto pueden disfrazarse de paisanos en los municipios campestres como de gentes urbanas y progresistas cuando toque hablar en las grandes ciudades.

Nada mejor que el tiempo de Carnaval para celebrar una feria del voto en la que todos -sin distinción de ideologías- compiten en vender peines para calvos. Sólo falta que Touriño confirme la fecha.

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