Si Fernando Vizcaíno Casas, el inolvidable y simpático (y altamente derechista) escritor que tanto nos divirtió a todos, de cualquier ideología, levantase la cabeza, escribiría una reedición de aquella novela-sátira ´Y al tercer año resucitó´. Bueno, ahora tendría que titular su obra ´...y al trigésimo tercer año resucitó´, pero, en sustancia, la verdad es que ahora habría más materia para la risa y para ese cachondeo fino que nos gastamos los españoles (cuando no nos sentimos ´bajitos, morenos y cabreados´) que en aquel 1978, cuando se aprobó la Constitución democrática que ahora vamos a conmemorar en el aniversario de su tercera década.

Que la muerte de Franco sea noticia precisamente la víspera de que, tal día como hoy, se celebre el 33 aniversario de su fallecimiento en el Palacio de El Pardo, convertido en un hospital de angustias, es algo que solo en la españolísima España sería posible. Alguien dirá que tal posibilidad viene de la mano de un juez en el que se encarnan todos los casticismos patrios y casi todas las contradicciones que jalonan nuestra trayectoria; pero no es verdad.

La cosa venía con la memoria histórica, con las polémicas sobre dónde está enterrado el poeta y las demás exhumaciones. Venía del agujero en el saber de los ciudadanos mayores de treinta y cinco años, a los que se ocultó la verdad de las atrocidades cometidas en la posguerra por los vencedores. De alguna manera había que levantar el velo opaco del silencio, y se ha levantado pues eso: con la aplicación de una buena dosis de surrealismo.

Así que teníamos una carencia histórica, porque la historia la escriben los vencedores, pero luego los vencidos -y la verdad, y la realidad- acaban tomándose la revancha, aunque sea 33 años después. Garzón, que se siente jurista los lunes, miércoles y viernes, historiador los martes, periodista los jueves y Leonardo da Vinci los domingos, ha servido, con su dislate, para poner de manifiesto este vacío: ese es, me parece, el fondo de la polémica, al margen del mayor o menor atrevimiento de un magistrado que ya ha sido suficientemente castigado por los titulares con toneladas de coña marinera como para que yo agregue la menor gota de ácido contra su persona.

Pero han pasado 33 años, nos hemos quedado sin Vizcaíno y, de paso, sin ironía; solamente tenemos constancia airada del agravio y, peor aún, algunos payasos oportunistas, que figuraron en la ultraizquierda y que ahora se han pasado a la ultraderecha para, sin el menor humor, glorificar la memoria de quien no lo mereció nunca y de cuya muerte, que acaba de hacerse oficial, ahora se cumple un número de años emblemático. Hasta Franco, que no era precisamente la alegría de la huerta, si levantara la cabeza y pudiese mover la losa, se moriría de risa viendo en qué polémicas andamos los ciudadanos a los que él sojuzgó.