Zapatero, da la impresión, ha vuelto bastante triunfante de una ´cumbre´ del G-20 que, desde luego, no ha arreglado la situación caótica y extraña que vive la economía mundial (ni nadie esperaba que lo hiciese), pero que ha puesto los pilares para una cierta reconstrucción de, al menos, la normalidad en los mercados; al fin y al cabo, Bretton Woods, que es lo que ahora se quiere cambiar, tardó casi dos años hasta el parto. Nadie pronunció discursos ampulosos en la reunión de Washington, y tampoco Zapatero lo hizo. Nadie prometió que las cosas vayan a ser como antes, ni se diseñaron paisajes idílicos, aunque George Bush cayó en la tentación de mostrarse vagamente optimista en este último gran acto de su mandato. Se despidieron, adios muy buenas, hasta abril.

Y el presidente español, que resumió los resultados, para él satisfactorios, de este encuentro de los ´grandes´ al que tanto le costó ser invitado, diciendo que "ahora, España cuenta", tiene que arreglar las cosas de casa; no se le puede negar un cierto éxito internacional, que muchos han pretendido restarle, pero aquí, en la vieja España, hay muchas cañerías que revientan.

Tengo para mí que es bastante más fácil triunfar fuera de casa que a domicilio. En España, la popularidad de ZP decrece -aunque quién sabe lo que estará ocurriendo en los trabajos de campo de los próximos sondeos, influidos sin duda por ese apretón de mano ´normalizador´ con Bush- y los problemas se multiplican. Por ir de lo genérico a lo concreto, hay, en primer lugar, aspectos relacionados con la cohesión nacional que reclaman una meditación muy profunda -algo a lo que ZP, el gran y afortunado improvisador, es poco dado-: las relaciones con la Generalitat catalana necesitan, por ejemplo, una mano de pintura. Y la Constitución, cuyo trigésimo aniversario se conmemora, con cierto fasto, dentro de tres semanas, precisa algo más que eso: un trabajo fino de carpintería y remozado de fachada, además de repintado, para enfrentarse a los dilemas de hoy, no a los de hace tres décadas.

Claro que esos son temas que un gobernante maestro en los cortos plazos podría alegar que son susceptibles de irse arreglando poco a poco, sin urgencias. ZP, a quien no le gusta elaborar teorías, quizá porque no es ducho en ello, alegaría que ahí están la crisis en la construcción y los despidos en el sector del automóvil, que acabarán forzando un otoño caliente que los sindicatos no quieren; o el conflicto ya no tan larvado con los jueces; o el descontento laboral de policías y guardia civiles. O, sin ir más lejos, el elevado índice de paro, que puede derivar, de paso, en una mayor inseguridad en las calles. De acuerdo: son problemas que reclaman urgencia, y arreglar la Constitución, aunque no sea más que para alejar posibles desconciertos acerca de la sucesión en la Corona, no reclama tantas prisas. Ni, acaso, José Montilla merece la angustia de volver al comecocos de cómo reconocer la identidad catalana y cuánto cuesta eso.

Pero, como en el brevísimo cuento de Monterroso, al despertar del sueño global, a la salida de la Casa Blanca, los dinosaurios familiares aún están ahí. A Zapatero se le puede acusar de muchas cosas, pero no de inactivo. Tiene que arreglar, ya lo dije, muchas cañerías y comenzar a reponer tuberías enteras, que es, más que los trucos de imagen del prestidigitador, lo que se le reclama a un estadista. Ha de profundizar en sus acuerdos, tan básicos hasta ahora, con el líder de la oposición (nunca lo va a tener tan fácil), poner en su sitio a los nacionalistas y hacer que los españoles no estén tan asustados como están ante la que nos pueda venir en este 2009 tan impredecible. Todo eso, más arreglar lo del desempleo, la inmigración, la Justicia, tratar de ganar en las elecciones de Galicia, en el País Vasco, en las europeas... Ahí es nada el panorama que se le presenta. Que se nos presenta a todos. Bienvenido a casa, presidente. Manos a la obra.