Se cuenta que cierto sargento de no muchas luces quiso ilustrar a sus soldados sobre la parábola que describía el proyectil lanzado por un mortero. "Las granadas caen al suelo por la ley de la gravedad", explicaba el suboficial: "Pero aun en el caso de que la ley de la gravedad no existiese, seguirían cayendo por su propio peso". Sencillo, pero genial.

Ese método didáctico vale para esclarecer también la misteriosa ley de gravitación de los precios, que el pasado mes hizo que subieran y bajaran a la vez en Galicia. Como en el ascensor de una famosa y ya un tanto arqueológica película de Cantinflas titulada "Sube y baja", el coste de la vida ha aumentado al mismo tiempo que disminuía en este reino donde toda paradoja es posible.

Sostiene efectivamente el termómetro del IPC con el que el Gobierno le toma la temperatura a los precios que estos experimentaron una subida de cuatro décimas en Galicia durante el mes de octubre. Por fortuna, el transitorio aumento de la fiebre se compensa con la bajada de la tasa de inflación de los últimos doce meses a sólo un 3,6 por ciento. Una confortadora cifra que deja el coste de la compra en el mismo nivel de hace un año.

Habitualmente, los precios suelen bajar en verano cuando el Gobierno se va de vacaciones; pero este no es desde luego el caso. Estamos a finales de año y con todos los ministros, becarios incluidos, en pleno ejercicio de sus funciones. Quiere decirse que alguna otra explicación habrá para que los precios hayan bajado por fin en el cómputo de los últimos doce meses, aunque subieran temporalmente unas décimas en octubre.

Los contables del Instituto Nacional de Estadística atribuyen muy juiciosamente el descenso del IPC a la brusca caída en la cotización del barril de petróleo, que cuesta ahora menos de la mitad que hace un año. Nadie lo diría tras llenar el depósito del coche en la gasolinera, pero no deja de ser verdad que cualquier reducción en los costes de la energía suele traer como consecuencia un paralelo recorte de la inflación. O eso dice al menos la teoría económica.

No faltarán, pese a todo, los escépticos empeñados en negar que los precios hayan vuelto al mismo nivel de hace un año. Son gente que, como Santo Tomás, necesita ver para creer que sus gastos mensuales no han aumentado, diga lo que diga la autoridad competente.

En estos casos no queda otro remedio que elegir entre dar fe a las cifras oficiales del Gobierno o a las sensaciones -por lo general menos optimistas- que transmite el propio bolsillo.

Puede que el consumidor tenga la impresión de que todo sube, pero la inapelable aritmética del Índice de Precios al Consumo suele certificar que, a pesar de las apariencias, muchos productos cuestan menos que el mes o el año anterior. El cómico y filósofo Groucho Marx resolvió la contradicción en su célebre respuesta a una señora que decía haber visto un elefante con sus propios ojos. "¿Y a quién va a creer usted?", retrucó Marx: "¿a mí o a sus propios ojos".

Algo así ocurrió no hace mucho con el paquidermo de la crisis que nos ha caído encima. Mucha gente se obstinaba en verla venir, pero el Gobierno, genial como Groucho, insistió durante largos meses en que era una mera ilusión óptica. Y puestos a elegir entre lo que veían con sus propios ojos o lo que la autoridad al mando les decía, no fueron pocos los que acabaron creyendo al Gobierno, que para algo cuenta con un ejército de asesores en todo tipo de materias.

Felizmente, los datos del pasado octubre que certifican una subida (mensual) de los precios y a la vez una bajada (anual) del coste de la compra son lo bastante contradictorios como para satisfacer a todo el mundo. Tanto los que crean que la vida sube como los que la encuentran más barata llevarán razón de acuerdo con el imparcial dictamen del Gobierno. Que, por una vez, ha superado en ingenio al mismísimo Groucho.

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