Un compromiso amical ineludible me lleva de viaje hacia Asturias, un destino de isa y vuelta que siempre resulta atractivo. El desplazamiento tiene el aliciente de comprobar los cambios que en el itinerario va introduciendo el avance de la autovía del Cantábrico que ,en su tramo asturiano, se va completando pese a la especial dificultad de vencer una orografía montañosa . En esta ocasión, pude circular por el trayecto entre la localidad lucense de Barreiros y la asturiana de Barres, que acababa de inaugurar la polémica ministra socialista doña Magdalena Álvarez. ( Desde que ocupó esa misma cartera el popular Álvarez Cascos parece una tradición política generalmente aceptada que una persona de fuerte carácter se encargue de las obras públicas ) El nuevo trazado discurre pegado al monte sobre la estrecha franja litoral y, además de ofrecer una espléndida vista panorámica del mar y de la costa, tiene la ventaja de ocultar la horrible visión de las atrocidades urbanísticas que se perpetran desde Burela a Ribadeo. Un modelo invasivo, amontonado y absurdo, como el que destrozó la costa mediterránea española en la etapa imperial del ladrillo. Edificaciones, la mayoría de ellas, destinadas a una limitada ocupación estival , o de fin de semana, porque el clima no ayuda a mantener largas estancias, ni parece un destino adecuado para el turismo extranjero de sol y playa ni para la tercera edad, o gente de salud delicada. En cualquier caso, se agradece la comodidad de circular con mayor rapidez y seguridad aunque resulta un tanto extraño, y más para un viajero veterano en la ruta, cruzar el nuevo puente de los santos a 120 por hora lo que convierte el hermoso paisaje sobre la ría, Ribadeo, Castropol y Figueras en una visión fugaz por el rabillo del ojo. A partir de este momento, hay que encarecer a los autores de guías turísticas que recomienden a sus lectores echar pie a tierra y cruzar el puente por el camino reservado a los peatones para que no se pierdan un espectáculo único, que mi buen amigo, el escritor lucense afincado en Oviedo, José Manuel Vilabella, comparaba poéticamente con el Bósforo.. La estancia en el Principado resultó muy grata y tuve la ocasión de recetarme una soberbia ración de lengua embuchada y un gin-fizz al plato de postre en el restaurante La Ferrada de Pola de Siero, dos especialidades singulares de ese establecimiento. Por cierto que, leí en la Nueva España un resumen del contenido de un libro , "Comer con vino", que acaba de publicar el conocido critico gastronómico Pepe Iglesias. El autor, desterrando tópicos, recomienda un buen vino tino para acompañar los percebes y las almejas a la marinera y reserva el blanco para el centollo, la langosta y el pescado de roca, aunque descarta el albariño, por excesivamente perfumado, para esa función. Todo es opinable, pero yo me atrevería a sugerirle a Pepe Iglesias un buen blanco ribeiro ( Emilio Rojo, Vilerma, Viña de Martín, Coto de Gomariz Casal de Arman etc), que no padecen de lo mismo. En cuanto al uso del tinto, completamente de acuerdo. Lo digo como simple aficionado. Discutir sobre gastronomía con especialistas es una actividad de cierto riesgo polémico, últimamente.