El próximo día 15 se reunirá en Washington el llamado ´G-20´ con el fin nada menos que de "refundar" el capitalismo, en lo que algunos ya denominan el Bretton Woods II.

Lo primero que cabe pensar ante el pretencioso anuncio es que difícilmente se puede "refundar" lo nunca fundado, y menos aun alcanzar acuerdos de una relevancia comparable a la de Bretton Woods cuando nadie parece saber realmente lo que se pretende. Por otra parte, resulta paradójico que los representantes políticos que han permitido, mantenido, regulado y, en ocasiones, incentivado, las actuales estructuras financieras en cuyo seno se ha gestado la crisis, se erijan ahora como salvadores ante el liberalismo salvaje. La situación de recesión global que justifica esta cumbre tiene como trasfondo un intenso y renacido debate ideológico, que requiere tener en cuenta ciertas consideraciones de partida.

En primer lugar, los mercados monetarios y financieros son cualquier cosa menos mercados libres. Entre otras cosas, sus principales actores -los bancos centrales- actúan como monopolios y deciden unilateralmente factores tan determinantes como los tipos de interés o el dinero en circulación. Y lo hacen en base al presunto buen juicio de sus responsables y a mandatos políticos generalmente desacertados, como el control de los precios de consumo (considerado erróneamente como garantía de crecimiento estable) o el impulso de la economía a través de la política monetaria (probadamente inviable y generador de períodos consecutivos de expansión y crisis). En ningún mercado libre unos pocos individuos, nombrados por los poderes políticos (como los seis miembros del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo o los doce del Comité de Mercado Abierto de la FED norteamericana), deciden asuntos tan vitales para la economía de millones de ciudadanos y empresas.

Por otra parte, el no menos importante grupo de actores secundarios -las entidades crediticias y financieras- actúa en una situación cercana al oligopolio, con mínimas cortapisas a su capacidad de expansión del crédito en su propio beneficio. Perfectamente conscientes de su vital importancia dentro del sistema económico y de que Bancos Centrales y gobiernos acudirán en su ayuda cuando sea necesario, incluso aunque hayan cometido errores y excesos, no están precisamente desincentivados a la hora de asumir riesgos en la búsqueda de beneficios, algo que tampoco ocurre en ningún mercado verdaderamente liberalizado.

Y es que la presente crisis es el cúmulo de despropósitos de este intervenido y manipulado mercado. No sólo los bancos centrales mantuvieron los tipos de interés demasiado bajos durante demasiado tiempo a pesar del creciente endeudamiento y la escasez de ahorro, cebando la expansión llevada a cabo por todas las entidades de crédito, sino que se incentivó públicamente el mercado hipotecario (recordemos las entidades públicas Fannie Mae y Freddie Mac o el importante caudal de tributos recaudados), se permitió por parte de los reguladores la llamada "ingeniería financiera" que multiplica la expansión crediticia, al tiempo que gobiernos de todo signo miraban hacia otro lado cuando se les advertía de los evidentes desequilibrios (sector inmobiliario, déficit corriente exterior, endeudamiento de familias y empresas, caída de la tasa de ahorro, consumo excesivo, etc). Mientras caminábamos hacia el abismo en una suicida senda expansiva, muy pocos -en ningún caso los gobiernos- creían entonces necesario "refundar" el capitalismo. Como muchos países, España iba bien.

Y ahora que se desata la tormenta en su verdadera magnitud, se achacan al mercado todos los males y se confía la solución a una mayor -que no mejor- intervención pública y a medidas de más gasto público que, con cargo de todos los contribuyentes, contemplan la socialización de pérdidas privadas, continúan sirviendo a los intereses de los principales beneficiados por el período expansivo y no atacan de raíz los problemas, convirtiéndose así en garantía de su reaparición futura. Este clamor en contra del fundamentalismo de mercado y de las tesis neoconservadoras no debe olvidar que éstas en el fondo han sostenido un sistema totalmente intervenido, manipulado y mal regulado en beneficio de unos pocos y con la connivencia de los poderes políticos, y son en realidad la antítesis del liberalismo, cuyo fin es establecer una regulación adecuada tal que todos los agentes compitan en igualdad de condiciones, asuman el resultado de sus errores y aciertos, vean respetados sus derechos y no se violen los principios básicos necesarios para que cada mercado funcione correctamente en beneficio de toda la sociedad. Principios que en el ámbito del sistema financiero deberían materializarse en la modificación de las funciones y objetivos de los bancos centrales y en el establecimiento de adecuados coeficientes de capitalización, cobertura de pasivos a la vista y límites al apalancamiento financiero de las entidades crediticias.

Inmersos ya en la recesión, nos adentramos en un período depresivo que puede durar en España más de lo anunciado si no se toman las medidas adecuadas, se "refunde" o no el capitalismo. Nuestro fracasado modelo de crecimiento, basado en un exceso simultáneo de consumo, deuda e improductivas inversiones, gravemente dependiente del sector inmobiliario y de la financiación exterior, se está derrumbando. La eventual corrección de nuestros males pasa imprescindiblemente por un menor consumo, también público, aun a costa de lastrar nuestro crecimiento a corto plazo, pues es la única vía de incrementar el ahorro interno, recomponer el excesivo nivel de deuda y poder financiar así una estructura productiva sólida que nos permita en el futuro crecer equilibradamente y generar empleo estable.

En este contexto, el exceso de gasto público corriente no tiene en absoluto un carácter anticíclico, sino que, al contrario, es un probado y potente factor de agravamiento de las crisis. Por ello, el mínimo margen de crecimiento de los presupuestos públicos ha de concentrarse, por una parte, en auxiliar a familias y empresas solventes en especiales dificultades y, por otra, en potenciar los pilares del crecimiento, que son las inversiones en capital humano, productivo y tecnológico.

Es crucial más que nunca que, al margen de tópicos e ideologías, exijamos a nuestros dirigentes un correcto diagnóstico de la situación y, en base a éste, la adopción de medidas acertadas a nivel nacional e internacional que introduzcan cambios verdaderamente eficaces y necesarios, y no meras puestas en escena que en el fondo permitan que todo siga igual.