Asegura la ministra de Vivienda, Beatriz Corredor, que el precio de los pisos ha bajado al menos un 15 por ciento durante el último año y probablemente lleve razón, si es que no se ha quedado corta.

Pasma un tanto, sin embargo, que el ministerio regentado por Corredor difundiese hace pocas semanas una estadística de elaboración propia según la cual el coste de las casas había subido un 0,4 por ciento en ese mismo período. O bien la ministra no da crédito a los cálculos de su propio departamento, o bien ha sufrido un repentino ataque de sinceridad. Algo del todo imperdonable en un político.

Cualquiera que sea la razón de su súbito arrebato de lucidez, la encargada de Vivienda no ha hecho otra que confirmar -como muchos ya sospechaban- que todo parecido entre la versión oficial y la realidad es pura coincidencia.

Se trata de una simple cuestión de óptica. Allá donde las gentes del común ven quebrar empresas con la lógica multiplicación del desempleo, el Gobierno prefiere quitarle hierro -y parados- al asunto contemplando la situación desde la más amplia perspectiva que le da el poder. De ese modo, una crisis de caballo como lo que ahora aflige al personal no pasaba de ser meses atrás una mera "desaceleración" de la economía que apenas habría de durar un par de trimestres. Por supuesto, la catástrofe de la vivienda no iba a ser tal, sino un placentero "aterrizaje suave" de los precios que en modo alguno dejaría colgados de la hipoteca a decenas de miles de españoles.

No es que el Gobierno mienta, desde luego. Simplemente se limita a interpretar y contar lo que sucede de una manera mucho más creativa que los pobres ciudadanos. Gente que, a diferencia del superministro Pedro Solbes, es incapaz de comprender en su exacta dimensión los misteriosos intríngulis de las finanzas.

La hipótesis de que ni siquiera el Gobierno se crea lo que dice no deja de resultar, sin embargo, aterradora. Si la jefa de Vivienda, un suponer, se desmiente a sí misma y dice digo donde hace apenas un mes dijo Diego, mucho es de temer que la distancia entre las cifras oficiales y las reales no sólo afecte a los precios de las casas.

Dado que un 0,5 por ciento de subida puede convertirse con todo desparpajo en un 15 por ciento de bajada según tenga el día la ministra, sobran razones para pensar que la misma contabilidad creativa pudiera ser aplicada a otros ramos igualmente sensibles de la economía. Imaginemos, por ejemplo, que el ministro de Trabajo tampoco prestase particular crédito a las cuentas oficiales del paro que su departamento cifró el pasado mes en cerca de casi 200.000 nuevos ex trabajadores. Ese número, ya de suyo inquietante, podría convertirse en definitivamente pavoroso.

Lógicamente escarmentada por la diferencia entre lo que ven con sus propios ojos y lo que el Gobierno -este o el anterior- le cuenta, la población ya no se toma demasiado en serio, por fortuna, las opiniones de la autoridad al mando.

Tal ocurrió meses atrás, cuando el presidente Zapatero y el ministro Solbes insistían en desmentir la existencia de cualquier crisis con mucho mayor empeño que el que San Pedro puso en negar a Cristo. Naturalmente, los ciudadanos del común que empezaban a ver ya el hundimiento de los negocios y las paralelas subidas de los precios y el paro, no pudieron sino sospechar que los políticos -famosos por su afición al embuste- se estaban pasando esta vez un par de pueblos con las trolas.

Como si quisiera confirmar esos recelos, el mismo jefe del Gobierno que hace nada negaba la crisis se ha puesto ahora a la cabeza de la manifestación, asegurando que el descalabro económico es de tales dimensiones que ya no valen "paños calientes" para remediarlo. Será cosa admirable, sin duda, ver cómo Zapatero explica en la cumbre de Washington su fórmula para resolver la crisis que hasta ayer por la tarde no existía.

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