La elección de Barack Obama como presidente de EE UU ha generado euforia mundial, con la esperanza de que su mandato sea el reverso de Bush y sus malvados "neocon". Comentaristas de aquí pronostican que la victoria de Obama supone el fin de una ola conservadora de 40 años. Otros se preguntan cómo en un país en bancarrota, con dos guerras y con un presidente en bajos niveles de popularidad Obama sólo ha ganado por seis puntos (Reagan ganó en 1984 por 18). El tiempo dirá si nos hallamos ante un nuevo ciclo.

Y es eso mismo, tiempo, lo que no tiene Obama para saciar las expectativas generadas. Su prioridad será reconducir una economía en recesión, por lo que las promesas dirigidas a su electorado izquierdista (afroamericanos, jóvenes), como mejorar la asistencia sanitaria o establecer una educación de calidad, no se cumplirán. Incluso es difícil que aplique un fuerte aumento del gasto público, ya que sus asesores presionarán para destinar los dólares a reducir la deuda acumulada con los planes de rescate del sistema financiero.

A nivel exterior, las cosas tampoco serán fáciles. Obama propuso retirarse de Irak, pero pasó de hacerlo en 16 meses a desarrollarlo "de manera ordenada". También quiere reforzar a sus tropas en Afganistán, por lo que pedirá ayuda a Europa (veremos si Sarkozy, ZP y compañía le quieren tanto). Y hablará con Irán pero, si no hay progresos, sus halcones o Israel le empujarán a coger el garrote.

Hasta ahora, Obama ha sido un gran comunicador, un buen candidato en campaña y se ha mantenido en calma ante las adversidades. Pero es una incógnita como gobernante. Y sólo con su ejecutoria veremos si es un nuevo Roosevelt que deja huella o un Jimmy Carter lleno de idealismo, pero que dejó la presidencia por piernas ante la oleada reaganiana.