El presidente del Gobierno, en una reciente reunión con las entidades financieras, anunció con mucho énfasis, y la convicción habitual en él, que todas las medidas que se adopten para recuperarnos de la crisis deberán tener en cuenta al último eslabón de la cadena, es decir, al ciudadano. Así que, confiado en tan buenas palabras, un amigo mío -un tanto ingenuo, hay que decirlo- se animó a pedir un préstamo personal para unas reformas en su casa. Su razonamiento, antes de embarcarse en esas reformas, era el siguiente: si el Banco Central Europeo ha bajado el euríbor para estimular el consumo, y la banca ha recibido una ingente cantidad de dinero para salir de su agujero y asegurar los depósitos, será un buen momento para pedir pasta al banco, pues los intereses deberán estar necesariamente a la baja. Bueno, no está mal pensado. A pesar de que le he llamado ingenuo, debo reconocer que su criterio obedecía a cierta lógica. Que se sepa, desde que existe el euríbor como referencia de la mayoría de los créditos, cuanto más baja aquel, más bajan los intereses de estos. Pero después de hacer un recorrido por dos o tres entidades, la caída de la burra de mi amigo fue brutal: se encontró con que los intereses están tan altos como en los peores tiempos, y que, lejos de tender a la baja, tienden al alza. Es decir, que cuanto más barato les cuesta el dinero a los bancos, más caro se lo están cobrando ahora a sus clientes. Y lo curioso del asunto -según contaba mi amigo, tan encendido cuando llegó a casa que le invité a tomarse un chupito de hierbas-, es que en los bancos le dieron a entender que todo esto ocurre, precisamente, por culpa de la crisis. Así que, resumamos: 1) la banca americana se mete un lío, y se la pega; 2) las entidades financieras europeas picotean en ese lío y también se estrellan o, al menos, se tambalean; 3) los gobiernos, preocupados, les inyectan ingentes cantidades de dinero para que no se hundan; 4) el Banco Central Europeo aporta su granito de arena abaratando el dinero para estimular el consumo; 5) las entidades financieras, en vez de bajar el precio del dinero, lo suben, para así tener más margen de negocio, ganar más y salir pronto del agujero en que se metieron por picotear de las manzanas prohibidas; 6) el contribuyente, que es el que, pagando sus impuestos, pone el dinero que el Gobierno les ha dado a las entidades para sacarlas del atolladero, llega a la ventanilla de una de ellas, solicita un préstamo y resulta que está más caro que nunca. Tanto, como cuando ni siquiera existía el euríbor. Tanto, como cuando España no iba a cumbres G de veinte, treinta o cuarenta. Así que, conclusión, 7): las entidades aumentan sus márgenes, el contribuyente paga por todos lados, y la crisis continúa. Ya sabemos, pues, para qué se tendrá en cuenta al último eslabón de la cadena. Ya intuimos, también, en qué consistirá esa inminente refundación de las formas de tomarnos el pelo. A mi amigo, en fin, por cambiar de tema, le pregunté qué le parecía Obama. Casi me tira el chupito, vacío, a la cabeza.