"Felicidades y buen viaje. Que te lo pases bien", dijo George Bush a Barack Obama. Para unos, una expresión cordial de buenos deseos, sencillamente. Bush no da para más. Para otros, sin embargo, sabiendo de la tempestad que arrecia para que Obama pueda hacer un buen viaje, y el conocimiento que tiene Bush de cómo ha dejado la nave, si es que tiene plena conciencia de ello, esta despedida podría ser una expresión de mala leche. Tampoco faltará quien piense que se trata de una irónica despedida, a pesar de que la ironía requiere un talento que Bush no ha mostrado habitualmente. Pero hay otros que en lugar de valorar la campechanía del presidente saliente toman por frívolas esas palabras. Y no es para menos. Eso de "que te lo pases bien", según la traducción de unos, o "que lo disfrutes", de acuerdo con la de otros, da que pensar sobre los placeres del poder, y el modo que ha tenido Bush de disfrutarlo. Su viaje, que ha sido un desastre innegable, no se debe sólo a que al timón de la nave estuviera un capitán incompetente, sino que la responsabilidad del timonel se viera mermada por la banalidad obscena con que ha pretendido disfrutar del viaje del poderoso. En todo caso, no parece que Obama vaya a tener más oportunidades de felicidad que las que ha tenido, aunque bueno sería que las tuviera ciertamente para los americanos y para nosotros mismos. Pero no es su felicidad personal, y menos su disfrute del poder, lo que la gente ilusionada, en EE UU y fuera de allí, espera de lo que se presenta como un nuevo estilo ético y estético. Porque una vez más hemos visto en el mandato de Bush como la horterada acaba afectando a las cosas de comer; lo que ahora cabe esperar, pues, es que las delicadas maneras de Obama, su perfil intelectual y su sensibilidad sustentada en el rigor - no más sueño que el preciso, no más ilusiones que las necesarias para cambiar en lo posible - demuestre que la estética como la decencia, y una cosa tiene que ver con la otra, es un buen negocio.

Ya sabemos que en América no hay sino derecha en distintos grados, que es de lo que quiere convencernos a todos la derecha española por si la izquierda intenta apuntarse el triunfo de Obama, como se apuntó la derecha el triunfo de Bush, del que parece distanciarse ahora. Pero todo es relativo. En EE UU hay una derecha demócrata que puede sintonizar con la socialdemocracia europea por su lado más derechizado, que es lo que la hace ahora casi tan responsable de los traspiés del capitalismo como a la derecha, y una derecha republicana que sintoniza con la más rancia derecha europea, pero con una estética propia de no muy aconsejable imitación. De eso a decir, como ha dicho un experto en relaciones internacionales del PP, que los demócratas norteamericanos están más a la derecha que el Partido Popular, va un buen trecho. Se le puede agradecer su inexactitud para que la izquierda de buena voluntad no se haga muchas ilusiones con Obama y, por supuesto, para que la derecha más recalcitrante de aquí no lo tenga como la derecha más analfabeta de allá por un peligroso comunista. Pero en lo único que Obama puede tener que ver con el PP es que del mismo modo que los populares van detrás de los obispos más fundamentalistas el nuevo líder de América siempre tiene un pastor a mano. Y oír a esos pastores hablar da más miedo, y ya es decir, que oír a Rouco Varela.