Doy por supuesto en que esta mañana de miércoles Barack Obama será presidente in péctore del país más poderoso (todavía) de la Tierra. Será el interlocutor imprescindible de nuestra política exterior en unos tiempos en que todavía no nos hemos ganado el derecho a asistir a la cumbre de Washington -donde si estarán países como Turquía o Argentina- para empezar a redefinir el capitalismo.

La relación de España con Estados Unidos ha sido definida más por impulsos emocionales que por interés. Salvo en los tiempos de la dictadura, en la que se consiguió un entente subordinado desde el desprecio que promovía el régimen del general Franco en todo el mundo. José María Aznar creyó que la sumisión al poderoso y el papel de felón en la Unión Europea le acercaría a la consideración del gerente del imperio: sólo consiguió que su partido fuera expulsado de La Moncloa porque los españoles no estaban por la labor de ser los monaguillos en la invasión de Irak. Luego Zapatero y Bush, evidentemente, no se han entendido.

Con Barack Obama las cosas pueden ser diferentes. La herencia de Bush colocará al nuevo presidente en una situación difícil en la que necesitará aliados sólidos en todo el mundo. El enorme déficit fiscal acumulado por los gastos de la guerra de Irak, la política fiscal conservadora y la operación de rescate del sistema financiero generarán una difícil relación entre las promesas electorales del nuevo presidente, sus compromisos internacionales heredados y la capacidad de una economía en recesión. El multilateralismo es también parte de la herencia que obligará a los Estados Unidos a una nueva forma de convivencia con las economías emergentes -China, India, Rusia, Brasil- y con una Unión Europea que tendrá posibilidades de reequilibrar su papel en el mundo.

Ahora que el presidente Zapatero se ha dado cuenta de que es necesaria una estrategia definida en política exterior, quizá haya llegado el momento de poner en valor el peso de nuestra economía y el de nuestra lengua. El primer termómetro de nuestra capacidad puede ser Cuba. El presidente demócrata se brindó a hablar con todo el mundo si era presidente. Incluido el régimen cubano con el que España ha normalizado las relaciones de la Unión Europea. Un primer paso para una posición renovada en la que el prestigio de nuestro país tendría un punto de partida si propiciara el cambio de política norteamericana en la isla del Caribe. No está mal para empezar.