Así pues, consumada la ruptura del pacto municipal en Ferrol, oídas las explicaciones de las partes y a la espera de que puedan surgir novedades en cualquier momento, incluidas algunas exóticas, quizá fuera oportuno reflexionar otra vez sobre la Ley Electoral y su posible reforma. Asunto complejo, en verdad, pero no por ello menos necesitado de más lecturas, siquiera para impedir que a base de forzar las interpretaciones de sus votos, la gente acabe por quedarse en casa.

(Se cita el exotismo de algunas opciones porque en este país, y desde que en antológica definición de don Manuel Iglesias Corral "pasou o que pasou", todo es posible, incluso que una ex alcaldesa franquista vote a favor de un presidente de izquierdas sólo por una riña política que podría llamarse familiar. Y a partir de ahí a nadie extrañaría una fórmula ferrolana que dejase perplejos a los más curtidos observadores. Chí lo sá, dicen ciertos italianos).

Pase lo que pase -incluso que el PSOE, allí, gobierne en solitario a pesar de que sus dirigentes se han cansado de repetir que ésa es la peor fórmula posible porque no garantiza estabilidad- cada día está más claro que la ley vigente necesita una reforma. Y que, en el campo municipal al menos, habría de establecerse un sistema de elección directa del alcalde, o de doble vuelta que dejase a la voluntad de los ciudadanos quién ha de gobernar y con qué alianzas específicas y explícitas, al menos de salida.

Eso, digan lo que quieran los aparachtik que controlan las organizaciones políticas, es bastante más democrático que lo que ahora sucede, y que en síntesis consiste en que el sentido del voto lo interpretan en exclusiva unos cuantos de aquellos profesionales que al final deciden y por lo tanto sustituyen lo salido de las urnas por lo cocinado en los laboratorios. Lo que es legal, con los textos actuales en la mano, pero no siempre es lógico.

Lo que se deja expuesto, que naturalmente resulta del todo opinable, se contiene de otra forma en la Ley de Grandes Ciudades, que incluye mecanismos que permiten a quien tiene más votos gobernar en solitario siempre y cuando logre la Alcaldía. Una tarea extraordinariamente difícil en el panorama actual, porque se prima la componenda, que a veces ni siquiera es alianza, entre supuestos afines para lograr lo único que tienen en común: que no gobierne el adversario mutuo.

Lo de Ferrol, parecido a lo que ha pasado antes y puede pasar en cualquier momento a través de mociones de censura en muchas ocasiones impúdicas, podría y debería ser la oportunidad para relanzar una reflexión seria sobre la conveniencia de llevar a la política un modo de hacer las cosas diferente y mejor. Beneficiaría a los representantes electos, pero, sobre todo, a los representados y su auténtica voluntad. sin intermediarios extraños.

¿Eh?