Gane quien gane las próximas elecciones presidenciales, la política norteamericana va a tomar un nuevo rumbo, que será diferente en algunos aspectos y no tanto en otros. Pronosticar un cierto cambio no es confundir deseos con realidad sino atenerse a lo expresado por los propios candidatos. La obsesión del republicano John McCain ha sido reafirmar su independencia, condenar los errores de Bush y distanciarse del equipo conservador que controló las decisiones del presidente saliente durante casi todo su mandato. Los planteamientos de Barack Obama van por otro camino. Promete una política fiscal de talante social, un papel activo del estado en la cobertura de servicios básicos y una política exterior multilateral y abierta. Su victoria, indudablemente, acentuaría aún más el cambio. Sería por lo pronto el primer hombre de color al frente de la Casa Blanca, como en su día Kennedy fue el primer presidente católico.

El martes se entierra una época en la que predominan las sombras. Al candidato que venza le queda una herencia poco envidiable. EE UU tiene las arcas exhaustas y un montón de problemas difíciles, y costosos, por resolver. Se enfrenta en casa a la mayor crisis económica jamás conocida. El crack del 29 y el New Deal de Franklin Delano Roosevelt dan la impresión de revivir aquellos años así como los temores y la angustiosa búsqueda de medidas para superar el terremoto financiero. En el exterior esperan dos guerras, Irak y Afganistán, de final incierto. Su dolorosa herida no podrá seguir abierta mucho tiempo. En estos comienzos de siglo, el mundo es muy diferente. Los desafíos globales, también. Parece claro que Bush no ha sabido estar a la altura de esa circunstancia, pagando un precio en sangre y dinero que no se corresponde con los resultados obtenidos.

Quienes dan ya por vencedor a un candidato pueden pecar de temerarios. Caen en el error de analizar el proceso desde una mentalidad europea que casi nunca coincide con lo que siente la Norteamérica profunda. El dominio de Obama en las encuestas es aplastante. Su exhibición de poder, también. Comprar programas de media hora en todas las televisiones, en la franja de máxima audiencia, como hizo el miércoles, cuesta una fortuna. Si pudo pagarlos es porque ha batido todos los récords de recaudación para su campaña. Eso, allí, es sinónimo de enorme respaldo. Pero no sería el primer aspirante que pierde con todo a favor. Hay ciudadanos contrarios a Obama que mienten en los sondeos por temor a que se les considere racistas. En la sociedad americana, no lo olvidemos, todavía anidan muchos prejuicios raciales.

Las elecciones han despertado una expectación inusitada, probablemente más en Europa que en los propios Estados Unidos. Los norteamericanos muestran mucho desinterés por la política. La participación electoral suele ser muy baja. Llama la atención ahora el activismo femenino. En ninguna otra carrera electoral las mujeres han tenido tanto protagonismo. Eso ya es de por sí regenerador. McCain ha cultivado su imagen de ex prisionero de guerra luchador y resistente. En tiempos duros, transmite patriotismo y confianza. Obama ha sabido despertar la ilusión y las ganas de cambio. Acaba de pedir a los electores que entre la esperanza de lo que está por nacer y el miedo a lo desconocido, opten por la esperanza.

Para cambiar el declive del poder norteamericano, el candidato que triunfe el martes debe hacer las cosas de otra manera y quizá apostar de forma más decidida por el llamado soft power (poder suave o blando) en aras a conseguir un nuevo liderazgo en el mundo. Se equivocan quienes usan el deterioro de Bush para promover un antiamericanismo irracional, de filias y fobias. El mundo necesita a Estados Unidos, un gran país democrático, igual que Estados Unidos no pueden dar la espalda al resto del mundo y mucho menos a sus aliados. Con Obama o con McCain, probablemente será así. Por eso desde la perspectiva española no es tan determinante quién gane. Es necesario que las elecciones norteamericanas contribuyan a que los mercados recuperen la calma y se inicie una nueva etapa en la que la economía productiva recupere su protagonismo para fomentar el bienestar de las naciones y, en fin, que ,entre todos, seamos capaces de construir sólidos puentes, y unas estrechas relaciones, con la persona que va a condicionar, desde el timón de la primera potencia mundial, gran parte de nuestro destino durante los próximos años.