Empecinado en negar la crisis, el Gobierno redujo el pasado abril a una leve "desaceleración" del crecimiento lo que ya por entonces se presentaba como una catástrofe económica sin apenas precedentes. Y no mentía. Tanto hemos desacelerado que a día de hoy ya vamos marcha atrás y sin frenos, de acuerdo con el Banco de España que en su último informe constata una caída del 0,2 ciento del PIB durante el pasado trimestre.

Por primera vez en quince años, el país ha entrado en "crecimiento negativo", curiosa expresión con la que los gobernantes dan a entender que estamos creciendo hacia abajo. Tampoco mienten en esta ocasión. Se limitan a decir de una manera elegante que la economía se hunde.

Probablemente inspirada por las hazañas de Fernando Alonso, la metáfora automovilística de la "desaceleración" ha perdido ya validez. Si insistiese en ese tipo de analogías, el Gobierno debería decir ahora que alguien -tal vez los pérfidos norteamericanos- ha metido la marcha atrás con la inevitable consecuencia de que España empiece a caminar en el sentido de los cangrejos.

Atrás quedan aquellos días felices en los que el presidente Zapatero proclamaba orgulloso el ascenso de España a la "Champions League" de la economía mundial. La analogía futbolística pareció algo exagerada a algunos, pero lo cierto es que el jefe del Gobierno llevaba razón. A día de hoy, las clasificaciones de la Unión Europea certifican que España es la indiscutible campeona del paro en el continente con una tasa de 11,9 puntos de desempleo y también opta al liderazgo en inflación y otras disciplinas.

Lejos de felicitarse por tan halagüeñas clasificaciones, el Gobierno ha tenido la modestia de quitarse méritos por este logro. Con elogiable humildad, la vicepresidenta Fernández de la Vega rehusó ayer ponerse medalla alguna para atribuir en cambio a la crisis internacional la situación de privilegio que España ocupa en la Liga del paro, en la de los precios y hasta en la de la caída de la vivienda.

Cierto es que las turbulencias de la crisis no sólo afectan a la economía española. Si el mal de muchos es consuelo de gobernantes (o algo así dice el refranero), probablemente a quienes mandan en España les servirá de alivio saber que también el Reino Unido y otros países más ricos y serios que éste están a punto de entrar en recesión. La diferencia reside, si acaso, en que los líderes británicos no negaron en momento alguno la evidencia de la crisis, ni excluyeron tampoco la posibilidad, -lamentablemente confirmada- de que su economía se tiñese de números rojos.

Aquí todavía lo siguen negando, erre que erre; aunque la única erre visible en estos momentos sea la de una recesión que se producirá desde un punto de vista técnico si el producto interior bruto de España vuelve a caer en el próximo trimestre. Y ya nadie se atreve a apostar un euro -o siquiera un duro de los de antes- contra la posibilidad de que tan desgraciada hipótesis llegue a concretarse.

No ha de ser casualidad que la famosa desaceleración coincida con la pérdida de gas que el campeón Fernando Alonso ha sufrido en las competiciones de Fórmula I tras alzarse con un par de títulos mundiales. Así en el deporte como en la economía, España marchaba como una moto -la de Dani Pedrosa, por ejemplo- hasta que a los gobernantes se les ocurrió hacer analogías de tipo automovilístico con la desaceleración y balompédico con la Champions League.

Se conoce que las palabras las carga el diablo. Desde que el Gobierno empezó a compararse con los campeones del bólido y del balón, la economía no ha parado de averiarse hasta tal punto que hoy circula cuesta abajo, sin freno de mano y con la marcha atrás puesta. No es de extrañar que ante la inminencia del trompazo los españoles hayan comenzado a apretarse el cinturón. Suponiendo que sirva de algo, claro.

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